(Artículo publicado en Diario Monitor el 1 de abril de 2008)
En la noche del 9 de marzo de 1945, un escuadrón de bombarderos B-29 comienzan a sobrevolar las costas del Océano Pacífico y dirigen su vuelo hacia Tokio. Todo indicaba que se avecinaba un nuevo ataque. Ante esta situación, la armada pone en alerta a la población civil para que estén preparados, pero la cúpula militar no consideró tan alarmante el ataque, ya que hasta ese momento los Aliados habían atacado sólo las instalaciones militares y no blancos civiles.
En medio de este extraño optimismo, los 325 aviones B-29 comienzan a replegarse hacia la península de Boso (prefectura de Chiba), indicado que no habría un ataque en ese día. De esta manera, a las 10 y media de la noche, las autoridades japoneses deciden suspender la orden de alerta. Empero, esto resultó un error garrafal. Justo a la media noche, los B-29 comienzan a acelerar el vuelo hacia la zona este de Tokio (los distritos de Katsushika, Taito, Sumida, Eto y Edogawa), en donde estaban ubicadas pequeñas fábricas y un gran número de civiles. Finalmente, en la media noche del sábado 10 de marzo, los B-29 comienzan a atacar sin misericordia.
¿Por qué se atacaron a los civiles de esta manera? El presidente Franklin D. Roosevelt y el Pentágono querían humillar al pueblo japonés y acelerar la rendición, además de que querían dar un castigo ejemplar a Japón, por los ataques a blancos civiles que había perpetuado el ejército japonés en China. Sin embargo había otra razón. El Pentágono quería experimentar el poder las bombas napalm que habían diseñado las empresas militares. Estas bombas contenían una gran cantidad de gasolina gelatinosa que permitía propagar el fuego por mucho tiempo y quemar cualquier edificio de madera y refugio sólido como escuelas y hospitales. De esta modo, para poder probar con mayor efectividad el poder destructivo de las bombas napalm, el ejército estadounidense decide dividir el ataque en dos etapas. En la primera fase se ataca la periferia para que los civiles huyan hacia el centro de la zona este de Tokio y en la segunda atacan el centro para aniquilar a la población civil.
Esta cruel misión duraría dos horas y en la mañana del 10 de marzo, el río Sumida se llenaría de miles de cadáveres. Según las cifras oficiales, 80 mil personas fallecerían en el ataque. Asimismo, 1 millón perderían sus hogares. Empero algunos estudios consideran que murieron 200 mil personas. Este numero sobre pasa por mucho el número de víctimas que hubo en Hiroshima (150 mil) y Nagasaki (70 mil).
En suma, el genocidio que perpetuó Estados Unidos fue devastador y lo más triste es que los medios internacionales no han puesto una atención a este incidente como lo han hecho con el lanzamiento de las bombas atómicas. Esto se debe, probablemente, a la magnitud de los eventos ocurridos en Hiroshima y Nagasaki, pero si consideramos los efectos funestos que conllevarían en el futuro las bombas napalm; el bombardeo del 10 de marzo es una fecha que no se debe olvidar.
Ahora bien, cómo ha sido la reacción en Japón por el bombardeo. Para muchos habitantes de Tokio, este incidente es una cosa del pasado y les es difícil comprender que esta ciudad murió en 1945. Igualmente, las autoridades de Tokio no han hecho un esfuerzo por honrar a las víctimas y hacer de Tokio un símbolo de la paz como lo han hecho los distintos alcaldes de Hiroshima y Nagasaki, quienes han condenado abiertamente la política militar de Estados Unidos.
¿Por qué pasa esto? La razón de esto estriba en que, a diferencia de Hiroshima y Nagasaki, Tokio representa el centro del Imperialismo japonés. Por ende, en caso de que el gobierno japonés intente transformar a los fallecidos del bombardeo en “víctimas heroicas”, esto implicaría olvidar muchas de las culpas del pasado. Además, considerando que China y Corea siguen sin perdonar los crímenes que hizo Japón; exaltar un sentimiento de víctimas es imprudente. Finalmente, el gobierno japonés ha sido sumamente cauteloso en atacar el genocidio que perpetuó Estados Unidos, además de que saben, que las autoridades de Washington jamás se disculparán por las atrocidades que hicieron.
A guisa de conclusión, es claro que la experiencia que vivieron miles de habitantes de Tokio en aquella noche del 10 de marzo no se debe olvidar. Aunado a lo anterior, el gobierno de Tokio debe poner más atención en esto y no concentrar su atención en buscar sólo la sede de los Juegos Olímpicos de 2016. En fin. Tengo la esperanza de que algún día los habitantes de esta ciudad digan con convicción: “No más un Hiroshima, no más un Nagasaki, no más un Tokio”. A lo mejor es un sueño guajiro, quién sabe.
En la noche del 9 de marzo de 1945, un escuadrón de bombarderos B-29 comienzan a sobrevolar las costas del Océano Pacífico y dirigen su vuelo hacia Tokio. Todo indicaba que se avecinaba un nuevo ataque. Ante esta situación, la armada pone en alerta a la población civil para que estén preparados, pero la cúpula militar no consideró tan alarmante el ataque, ya que hasta ese momento los Aliados habían atacado sólo las instalaciones militares y no blancos civiles.
En medio de este extraño optimismo, los 325 aviones B-29 comienzan a replegarse hacia la península de Boso (prefectura de Chiba), indicado que no habría un ataque en ese día. De esta manera, a las 10 y media de la noche, las autoridades japoneses deciden suspender la orden de alerta. Empero, esto resultó un error garrafal. Justo a la media noche, los B-29 comienzan a acelerar el vuelo hacia la zona este de Tokio (los distritos de Katsushika, Taito, Sumida, Eto y Edogawa), en donde estaban ubicadas pequeñas fábricas y un gran número de civiles. Finalmente, en la media noche del sábado 10 de marzo, los B-29 comienzan a atacar sin misericordia.
¿Por qué se atacaron a los civiles de esta manera? El presidente Franklin D. Roosevelt y el Pentágono querían humillar al pueblo japonés y acelerar la rendición, además de que querían dar un castigo ejemplar a Japón, por los ataques a blancos civiles que había perpetuado el ejército japonés en China. Sin embargo había otra razón. El Pentágono quería experimentar el poder las bombas napalm que habían diseñado las empresas militares. Estas bombas contenían una gran cantidad de gasolina gelatinosa que permitía propagar el fuego por mucho tiempo y quemar cualquier edificio de madera y refugio sólido como escuelas y hospitales. De esta modo, para poder probar con mayor efectividad el poder destructivo de las bombas napalm, el ejército estadounidense decide dividir el ataque en dos etapas. En la primera fase se ataca la periferia para que los civiles huyan hacia el centro de la zona este de Tokio y en la segunda atacan el centro para aniquilar a la población civil.
Esta cruel misión duraría dos horas y en la mañana del 10 de marzo, el río Sumida se llenaría de miles de cadáveres. Según las cifras oficiales, 80 mil personas fallecerían en el ataque. Asimismo, 1 millón perderían sus hogares. Empero algunos estudios consideran que murieron 200 mil personas. Este numero sobre pasa por mucho el número de víctimas que hubo en Hiroshima (150 mil) y Nagasaki (70 mil).
En suma, el genocidio que perpetuó Estados Unidos fue devastador y lo más triste es que los medios internacionales no han puesto una atención a este incidente como lo han hecho con el lanzamiento de las bombas atómicas. Esto se debe, probablemente, a la magnitud de los eventos ocurridos en Hiroshima y Nagasaki, pero si consideramos los efectos funestos que conllevarían en el futuro las bombas napalm; el bombardeo del 10 de marzo es una fecha que no se debe olvidar.
Ahora bien, cómo ha sido la reacción en Japón por el bombardeo. Para muchos habitantes de Tokio, este incidente es una cosa del pasado y les es difícil comprender que esta ciudad murió en 1945. Igualmente, las autoridades de Tokio no han hecho un esfuerzo por honrar a las víctimas y hacer de Tokio un símbolo de la paz como lo han hecho los distintos alcaldes de Hiroshima y Nagasaki, quienes han condenado abiertamente la política militar de Estados Unidos.
¿Por qué pasa esto? La razón de esto estriba en que, a diferencia de Hiroshima y Nagasaki, Tokio representa el centro del Imperialismo japonés. Por ende, en caso de que el gobierno japonés intente transformar a los fallecidos del bombardeo en “víctimas heroicas”, esto implicaría olvidar muchas de las culpas del pasado. Además, considerando que China y Corea siguen sin perdonar los crímenes que hizo Japón; exaltar un sentimiento de víctimas es imprudente. Finalmente, el gobierno japonés ha sido sumamente cauteloso en atacar el genocidio que perpetuó Estados Unidos, además de que saben, que las autoridades de Washington jamás se disculparán por las atrocidades que hicieron.
A guisa de conclusión, es claro que la experiencia que vivieron miles de habitantes de Tokio en aquella noche del 10 de marzo no se debe olvidar. Aunado a lo anterior, el gobierno de Tokio debe poner más atención en esto y no concentrar su atención en buscar sólo la sede de los Juegos Olímpicos de 2016. En fin. Tengo la esperanza de que algún día los habitantes de esta ciudad digan con convicción: “No más un Hiroshima, no más un Nagasaki, no más un Tokio”. A lo mejor es un sueño guajiro, quién sabe.
0 件のコメント:
コメントを投稿