Japón ha sido considerado, durante muchos años, como un “país anómalo”, ya que desde 1955, un solo partido había controlado las riendas del país. Visto desde una perspectiva mexicana, no es descabellado que una misma organización logre dominar de esa manera. Sin embargo, a diferencia del México priísta (1929-2000), las condiciones de competencia electoral en el Japón de la posguerra habían sido reales y no ficticias. Aunado a lo anterior, las posibilidades de que el Partido Liberal Demócrata (PLD) pudiera emprender un fraude masivo, siempre fueron imposibles. En este sentido, como lo ha señalado el politólogo estadounidense T. J Pempel, quizás lo más correcto sea decir que Japón es una “democracia diferente”. Empero, esta situación cambió en las elecciones generales de 2009. Por primera vez en la historia japonesa, un partido de oposición logró arrebatar el poder al partido oficial.