Cuando uno traduce un texto literario del japonés al castellano, un eterno dolor de cabeza son las citas. ¿Debemos mantenerlas o eliminarlas?
Hay textos que por su propia naturaleza no necesitan notas al pie, como son los libros de Haruki Murakami: probablemente el escritor japonés más famosos en la actualidad. A lo mejor estoy exagerando, pero las obras de este señor no necesitan citas, simplemente, porque el mundo que describe en sus libros no es el Japón ordinario ni el Japón místico ni el Japón Orientalista. Es cualquier lugar de Estados Unidos, de Gran Bretaña o de Alemania. De igual manera, los personajes podrían llamarse sin ningún problema, John, Karl o Miriam en vez de Watanabe o Midori. Sin embargo, hay otros obras japonesas en las cuales las citas son inevitables. El arquetipo es El Cuento de Genji escrito hace casi mil años por Murasaki Shikibu. Este milenario texto necesita miles de notas al pie porque muchas cosas ya no existen en Japón, o bien son conceptos muy japoneses. Incluso, los propios japoneses les cuesta trabajo leer el texto original.
En suma, el uso de citas es efectivo cuando un texto es “demasiado japonés”. Pero como todo en esta vida, abusar de sus uso es perjudicial para la salud. Hay traductores (yo mismo me incluyo), quienes en su afán de lograr una perfecta traducción (la cual no existe) llenan el texto traducido con citas innecesarias. Algunas notas son totalmente involuntarias, pero muchas son una forma de decirle a los lectores qué tanto saben o dominan sobre Japón. Dicho en otras palabras, es un concurso de vanidades. El traductor debe ser lo más invisible posible. Evitar las citas. Eso me lo han dicho siempre un amigo traductor japonés, quien traduce literatura latinoamericana, y otro amigo chileno, quien también se dedica a la traducción.
Este último amigo traductor, me dijo hace un par de días, un frase que no se me ha quitado de la mente. No es original de él. Creo que la dijo alguien importante, espero haberla escrito bien. Dice más o menos así: cuando el traductor cita, ha perdido una batalla. Es decir, cuando citamos, los trujamanes (¡Qué palabrita!) hemos demostrado que no hemos podido traducir ese concepto a nuestro idioma.
En mi caso particular, no he perdido la batalla al traducir a Osamu Dazai y Miyazawa Kenji, eso pienso. En este sentido, son autores más “universales”, pero con Kido Okamoto y Ryunosuke Akutagawa sí he perdido la “guerra”. Son “demasiado japoneses”. Si leen mis traducciones de Akutagawa lo podrán constatar. Supongo que da igual que ponga provincia de Murashi o prefectura de Saitama. Para el lector de lengua castellana es lo mismo. También el nombre de personajes históricos. No hay necesidad de explicarlos, pero no siempre. Por ejemplo, en un texto, creo que de Dazai, para no decir “persona gorda” este escritor puso “un hombre parecido a Saigo Takamori”. Los japoneses saben quién es este individuo, pero un hispanoparlante no. Siguiendo los conejos de mi amigo traductor chileno, puede haber puesto simplemente “persona gorda”, pero eso no sería bueno Hay cosas que siempre se pierden al traducir (lost in translation), pero si se puede evitare es mejor: esa es mi ideal. En fin. Si he ofuscado con mis traducciones al lector. Pido disculpas
Ante esta situación, le pregunté a mi amigo, cómo salimos de las trampas de las notas al pie. ¿Cómo traducimos a autores como Akutagawa? Su respuesta fue algo así (espero haber entendió bien lo que me dijo):
Hay textos que no son aptos para un público general como El Cuento de Kenji. Las personas que lean esos libros son leedores con una preparación mayor; lectores que disfrutarán y agradecerán la citas. Son obras destinadas al mundo académico en donde las notas al pie son necesarias y muy validas. Por otro lado, hay obras como las de Murakami o las de Banana Yoshimoto, las cuales no necesitan citas y son las más aptas para traducirla a un público ordinario.
Puede que tenga razón, pero entonces, los traductores, hemos perdido una batalla más. Si queremos vender y difundir la literatura japonesa estamos destinados a traducir solamente obras que un público ordinario comprende. No podemos traducir obras de mejor calidad que Murakami, porque enfrentamos un doble problema. No tenemos lectores preparados para hacerlo y las notas al pie ofuscan al lector. Supongo que debe haber un punto intermedio. Traducir lo más nítido posible y en los casos necesario poner notas, o bien hacer un glosario como la versión conmemorativa de La región más transparente. Una obra que aún con el lexicón anexo es incomprensible para muchos lectores quienes no sean mexicanos. Para un lector japonés deber ser un dolor de cabeza.
En fin… Al estar pensando todas estas cosas, me puse en la tina de un baño público (un lugar perfecto para pensar en obviedades), me acordé que hay obras clásicas las cuales también tenían citas. La divina comedia de Dante. La versión de Porrúa está llena de citas. A pesar de eso, es una obra que no me ofuscó. El Quijote, por lo menos, la versión que tenía, también tenía muchas citas. Supongo porque son los clásicos se les permite esto. Entonces, si son clásicos ¿se pueden citar a diestra y siniestra? Una nueva duda me surge: ¿Debemos claudicar y no difundir obras como El cuento de Genji, o las novelas de Akutagawa? Al salir de la tina me quedaron estas dudas, pero no encontré respuestas. A lo mejor alguno de ustedes la tenga y si la tiene, ¿me la podría decir?
Algo que sí me quedó claro en ese baño público fue lo siguiente: las traducciones tienen que seguir. Si algunos autores han sido sólo leídos en los círculos académicos, hay que sacar los de ahí.
2 件のコメント:
Me parece que traducir inevitablemente tiene aspecto creativa, en este sentido las citas no me significan perdidos, ni me ofenden tanto las citas ( porque soy leedor?).
それにしても、最初から読者層を想定した文学ってのは、何だか薄ら寂しい気がしますですよ。
Tienes razón en que no hay que claudicar ni restringir las obras a determinados círculos académicos. Pero al mismo tiempo, nuestra posición frente a las notas al pie (ojo, no citas) no puede ser absoluta.
Es cierto que te dije eso de los distintos públicos: El Genji no puede traducirse sin notas, a menos que hagas muchas adaptaciones (y ahí entraríamos a discutir si es o no traducción), pero el tema está en qué tipo de notas es aceptable o no.
Por ejemplo, en el caso de Takamori, poner sólo que era gordo sería decir algo que el autor no dijo. Pero si no se pone, no se entendería. Así que una opción sería poner "gordo como Takamori", con lo que le dices al lector que Takamori era gordo y si le parece, puede buscar un retrato de él e imaginarselo.
De todas formas, eso equivaldría a explicitar una información que en el original está solo sugerida.
Ahora, creo que la clave está en determinar qué tan importante es entender el pasaje en cuestión para entender lo demás. Si es imprescindible, podemos poner una nota aunque nos duela. Pero si no...quizás no importe tanto que se pierda, porque siempre se pierde algo e incluso dentro de un mismo idioma. Hay referencias culturales o intertextuales que no siempre son captadas de la misma forma por todos los lectores: Por ejemplo mi manera de entender a Isabel Allende, será distinta de la tuya y seguro que se te escaparán más detalles que a mí.
Ahora bien, hay notas como la provincia X equivale a la región de Z actual, lo que a mi juicio, no aporta nada. Esas son las que hay que erradicar, ya que son solo un ejercicio de vanidad o en otros casos, orientalismo, porque no influyen en la comprensión del texto, solo agregan información que el lector no pidió o tiñen todo de un halo de exotismo. (Pero sí serían adecuadas por ejemplo en una edición "anotada" destinada a estudiosos)
Y otra cosa en contra de la nota: rompe la ilusión de realidad en el texto, ya que si estás metido en determinado mundo narrativo, bajar a leer una nota al pie te vuelve a la realidad.
En todo caso, mi postura frente a las notas es que hay que tratar de evitarlas, pero siendo flexibles para saber ponerlas.
Aunque parezca contradictorio. Total, no todo tiene porqué ser tan absoluto y dicotómico, ¿no?
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