1/10/2011

Kanoko Okamoto y la mujeres de Showa


    Hace como dos años, recibí una oferta para traducir y editar una antología de cuentos japoneses. La propuesta no se ha concretado y esperó que algún día se cumpla.
    No soy experto en literatura, así que decidí crear un pequeño grupo de estudio para analizar qué cuento valía la pena traducir. Tenían que ser autores inéditos y que hubieran muerto por lo menos hace 50 años. Así, no tendríamos problemas con la ley de derechos de autor japonesa. Propuse a Kido Okamoto, Dazai Osamu, Kenji Miyazawa y Ryunosuke Akutagawa. Del primero no hay traducciones, pero de los otros sí, aunque pocas. Por su parte, mis dos colegas japoneses plantearon algunos más. No me acuerdo quién más estaba en la lista, pero sonaban interesantes. Uno de ellos planteó la posibilidad de traducir a autoras japonesas.
    Me llamó mucha la atención su idea y consideramos viable su propuesta. La mayoría de los escritores japoneses conocidos en el mundo hispanoparlante son hombres. Han habido escritoras brillantes. El Libro de Genji lo escribió una mujer: Murasaki Shikibu. Otra escritora escribió El libro de cabecera (Sei Shonagon). La lista puede aumentar. Está Ichiyo Higuchi, poeta quien ahora sale su imagen en el billete de cinco mil yenes. Incluso, Banana Yoshimoto: la nueva representante de la literatura japonesa reconocida fuera de Japón. Podría seguir la lista con escritoras contemporáneas: Miyabe Miyuki, Risa Wataya, Hiromi Kawakami, etc. (No tan brillantes como las primeras que puse, pero interesantes)
    Empero, después de hacer un bosquejo, consideramos que no había muchas que entraran dentro de lo que queríamos. Por lo menos superaba nuestro conocimiento. Sei Shonagon y Murasaki Shikibu no habían escrito cuentos y si lo habían hecho, yo, por lo menos, no me sentía capaz de traducir sus obras. En el caso de Higuchi sus obras principales son poemas. Las otras autoras siguen vivas y es casi imposible que un modesto grupo, como el nuestro, pueda convencer a los “grandes señores” de las editoriales.
    En ese momento, una compañera de borrachera y buena amiga, así como especialista en Centroamérica, quien había escuchado nuestra charla, nos dijo por qué no Kanoko Okamoto. Yo no la conocía. Sabía que era la madre del escultor y pintor Taro Okamoto, pero nada más. Tampoco mis colegas la conocían con precisión. No sonaba mal. Busqué sus obras en Aozora Bunko: Biblioteca Digital de obras japonesas. Tiene un estilo particular. Su vida personal es interesante y cumplía con el mágico número: 50. Kanoko Okamoto había muerto en 1939.
     Durante el fin de año, decidí dedicarle un espacio en la sección de traducciones. Comencé con dos cuentos pequeños. Carta de amor de un hombre (1927) y La señora entrometida (1934). Luego con una de sus obras más importantes: La historia de una geisha anciana (1935). Obras que no se han traducido nunca al castellano. Por lo menos, hasta donde he investigado. De hecho, solamente conozco la traducción de Sushi, realizada por Atsuko Tanabe.
    Es la primera vez que traduzco con detenimiento a una escritora. Había intentado con voces femeninas: una obra de Kido Okamoto llamada La Máscara de mono (la cual pondré en algunos meses en la sección de traducciones) y El Farol de Osamu Dazai, pero nunca con un autora. Veamos qué les parece. Disculpen los errores de redacción. Sin duda es necesario arreglarlos junto con alguien quien se dedica a la escritura creativa, pero creo que muestran el estilo de Kanoko Okamoto.

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