11/03/2010

Sapporo

    El fin de semana pasado fui a Sapporo, la capital de Hokkaido. Era el congreso anual de la Asociación Japonesa de Relaciones Internacionales. Esta vez no expuse y en general la reunión estuvo bien. Compré varios libros y vi a viejos compañeros, unos más gordos, otros menos simpáticos para no decir otra palabra. También, comí pescado, borrego y otras delicias de esta poco poblada prefectura con un amigo, probablemente de los pocos japoneses con quien he entablado una amistad más concisa. Pero ¡qué frío hacía! Dos días antes de mi llegada, había nevado. En las desoladas calles aún había nieve, un nevazo sucio por cierto.

    No era la primera vez que estaba yo aquí. Hace nueve años visité con tres amigos (un japonés y dos chilenos) este mismo gélido lugar. Me acuerdo que zarpamos en un ferry. Conocimos a un miembro de la ultraderecha, quien le regaló una cachucha a uno de mis amigos. 
    
    Después de casi 22 horas de viaje llegamos a la ciudad portuaria de Muroran. Era septiembre en Tokio y el verano seguía presente, pero en Hokkaido ya era otoño. Un otoño frío. De ahí, recorrimos en coche toda la isla. De oeste al norte y luego de ahí hacia el sur, culminando nuestra travesía en Sapporo. Durante ese trayecto, visitamos lagos y el pueblo de los ainu (grupo minoritario y marginado). Vimos en teoría la isla de Sajalín (nunca la pudimos apreciar realmente). Fuimos a la fábrica de la Cervecería Sapporo.

    Se me olvidaba. Nuestro chofer, un muchacho japonés, quien debutaba como piloto hizo del viaje una experiencia terrorífica. Un quinto pasajero viajaba con nosotros: la virgen le pusimos. Muchas veces sentimos que nos hablaba ella. Recuerdo que uno de mis amigos chilenos estaba aterrado cuando viajamos por una montaña con niebla.

    Ahora bien, recorrí Sapporo con ellos, pero esta vez que fui, me di cuenta que no recordaba muy bien cómo era la ciudad. Me acordaba que era grande. Las dimensiones de sus calles son enormes. Se diseñaron así para que las fuerzas de autodefensa pudieran meter a su tanques y lograran enfrentar así una eventual invasión soviética. Esa paranoia anticomunista ha desparecido ahora, pero la presencia rusa es constante. Las islas Kuriles singuen siendo un problema diplomático entre Tokio y Moscú. Pero regresando el relato a Sapporo. Es una ciudad grande y moderna, pero triste sin gente, fría y tétrica. Llegué al aeropuerto internacional de Shin-Chitose a las 20 horas. A mi hotel llegué una hora después y parecían las 12 de la noche. Nadie caminado. Me perdí en el frío,

    Me acordé mucho de una novela de Haruki Murakami. 羊をめぐる冒険 (1982). Checando en Wikipedia, dice La caza del carnero salvaje editado por Anagrama. Es el mismo título que la versión en inglés. Lo cual implica que la tradujeron directamente de ese idioma. Creo que es borrego y yo omitiría la parte de salvaje… En fin. Haruki ha logrado tener un éxito importante en México y otros países de hablahispana. No soy un fanático de este escritor japonés egresado de la universidad donde trabajo aunque sí he leído casi toda sus obras (¿entonces soy un fan? ¿Un frick?).

    Anyway, últimamente no lo soporto pero dejando a un lado mi desazón hacia este señor, el escenario de la obra, La búsqueda del borrego, es Hokkaido. Hay un hotel Delfín el cual se parecía mucho al lugar donde me hospedé, bueno yo sentía que era similar. Me llama la atención que el Sapporo plasmado por Murakami no haya cambiado en treinta años. Empero, esta gélida ciudad es mucho más alegre que Reikiabik, sin duda.  Además, la cocina de Hokkaido mucho mejor. El asado de borrego más que excelente.   

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