11/08/2010

El erudito y el jugador de rugby


    Hace unos siete u ocho años, no recuerdo con precisión, tomé un curso sobre la Filosofía de la Ciencia, o del conocimiento para ser más preciso. Leímos a Karl Popper, Thomas Kuhn, Imre Lakatos y Paul Feyerabend, entre otros. De esos libros, tan complicados me acordé este fin semana de uno en especial: La construcción de la realidad. Escrito por Peter Berger y Thomas Luckman. 

    Es complejo el libro pero dice lo siguiente: la realidad de la vida cotidiana es una construcción intersubjetiva; es un mundo compartido, lo que presupone procesos de interacción y comunicación. Entonces, la socialización es la clave. No hay una realidad única, toda realidad es socialmente construida.

     Sin duda que lo es. He aquí un ejemplo trivial. Es muy trivial. Es una anécdota que escuché por enésima vez en una borrachera este fin de semana. 

    Hace como 20 años, un docto joven estudiante de posgrado, lo llamaremos “erudito” para simplificar. Bueno, este “erudito” estaba terminando su tesis de maestría. No les puedo decir el nombre de la universidad, pero pueden imaginarse cuál puede ser.  En esos años, los japoneses escribían a mano todas sus tesis. Así, cuando el tiempo de la entrega final se avecinaba, las reglas implícitas permitían que uno pudiese pedirle a sus amigos ayuda. Por ejemplo, ellos podían escribir en limpio una parte, viendo sólo el manuscrito para ahorrar tiempo. Entonces, había tesis con letras diferentes. El contenido era lo que importaba. ¡Qué tiempos aquellos!

     Pues hace 20 años, el “erudito” estaba terminando su tesis. Se había tardado tanto en hacerlo. Era su último año y si no lo entregaba, no podía obtener el amado título. Había tardado no por su incapacidad. Todo lo contrario. Era muy brillante, pero se complicaba la vida. Por ejemplo, ponía en kanji (caracteres chinos) los nombres de ciudades y países: 桑港 (San Francisco), por decir algo. Actualmente, no se usan ese tipo de kanjis en Japón. Hace 20 años tampoco. ¡Ese uso es del siglo XIX!

    Entonces, el texto estaba lleno de kanjis parecía chino y era complicado para la lectura; parecía que no iba a terminar. Su asesor, un hombre estricto y de semblante tenebroso, el “asesor dictador”, se molestó pero conciente de que se trataba de un trabajo brillante, reunió a puñado de “valientes”: siete jóvenes. Su misión era pasar en limpio el manuscrito del “erudito”. Había que cambiar los kanjis a un lenguaje moderno. ¡Toda una Odisea!

   Los siete “valientes” no tuvieron otra alternativa. Cada quien le tocó una parte y escribió. Hasta aquí la historia no es tan trivial. El problema es lo que sigue: nadie, sólo uno, se acuerda de lo que pasó. Ha sido el “escribano”, el relator oficial de esta anécdota. Llamémosle el “jugador de rugby”. Para algunos, la versión de este singular personaje es una realidad distorsionada, pero es la historia oficial. La que todos han escuchado y vuelven a contar. La que escribimos aquí, una realidad socialmente construida.

    De acuerdo al “jugador de rugby”, los siete “valientes” lograron su misión, pero la parte más importante de la tesis, la medular, aún estaba en manos de el “erudito” y no estaba terminada. El tiempo asechaba. Todos se prepararon, uno corrió a buscar a la persona quien los había metido en este embrollo: el “erudito”. Otro buscó al “dictador asesor”: el autor intelectual de esta misión imposible. Uno más se trepó en la bicicleta y estaba listo para correr, si era necesario. Otros fueron a la oficina en donde se tenía que entregar la tesis y negociar una prórroga. Finalmente, el “erudito” apareció, trajo la parte final. Lograron armar el gran estudio, había que sacarle copias, tres juegos.

    Todo estaba listo, el “dictador asesor” le dijo, entonces, al “jugador de rugby” que corriera; era el más veloz (algunos piensan que el “valiente” de la bicicleta lo hubiera hecho más rápido). Corrió como si fuera un partido oficial, esquivó obstáculos, aguantó los embates. El “erudito” hizo lo mismo. De joven, él había sido jugador de béisbol, segunda base o parador en corto, no lo sabemos con precisión. La hora de entrega era a   las 15 horas. Faltaban 3 minutos. El “jugador de rugby” lo logró, llegó a las 14:58, un minuto y una centésimas, después lo hizo el “beisbolista erudito”.

    ¡Misión cumplida! Pero nadie se acuerda bien si fue así. Hay versiones de que fue el muchacho de la bicicleta: el “ciclista”. Otros dicen que fueron los que estaban en la oficina negociando una prórroga los verdaderos héroes. 
    ¿Cómo lo podremos saber? El “asesor dictador” lo debe saber, pero no ha dicho nada, es un secreto de Estado. El “erudito” no se acuerda tampoco o finge demencia. Esta historia es verídica, pero no sabemos cómo fue en realidad. El “jugador de Rugby” se ha llevado el crédito, no sólo por ser el que ha difundido esta historia bizarra, sino porque se ha adjudicado el honor de haber sido él, el héroe que hizo el try.

    Un detalle más. Esa tesis de maestría está perdida. No podemos corroborar qué parte escribió cada uno de los siete “valientes”. Nuestro amado protagonista, el “erudito”, sabe algo, pero no lo dice. En fin. Lo único que sabemos es que sí pasó algo extraordinario ese día, probablemente debió haber sido como lo cuenta el “Jugador de Rugby”. Pero él lo cuenta siempre tan arrogante… 

    ¿No habrá otra realidad?

    Tenemos varias opciones para saberlo, 1) recurrir al falsacionismo, es necesario refutarlo con un contraejemplo, como lo ha dicho Popper, 2) esperar a que salga un nuevo paradigma como lo dice Kuhn. 3) encontrar la tesis perdida, pero eso no es un trabajo de la filosofía del conocimiento, sino un trabajo de arqueología.

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