(artículo publicado en Diario Monitor el 10 de junio de 2008)
Hace un par de días, tuve la oportunidad de leer el número 31 de la revista istor. En este tomo, se analizan básicamente el lugar que ha tenido el libro dentro de la historia y, contiene también un artículo de José María Espinasa que establece una opinión favorable hacia la Ley de Fomento para la Lectura y el Libro. Como es sabido, esta ley fue impulsada en el sexenio de Vicente Fox Quezada, pero fue vetada por el mismo presidente mexicano, quien aludió diversos argumentos económicos para no aceptarla. Sin embargo, la sociedad mexicana logró sobreponerse de este inexplicable retroceso y, finalmente, después de un largo debate, el 29 de abril pasado, la Cámara de senadores aprobaría la Ley y, al día siguiente, la Cámara de Diputados haría lo mismo.
Sin embargo, esto aún es el principio. Nuestro país necesita, antes que nada de una política educativa que permita establecer una cultura real de la lectura. Aunado a lo anterior, es necesario mejorar también las condiciones materiales de muchos mexicanos. En fin. Es un tema sin duda que podría ser digno de otra cavilación.
Ahora bien, cómo es la situación de los libros en Japón. En este país no existe una ley que busques en específico el fomento de la lectura ni mucho menos que establezca un precio fijo hacia los libros como en México, Alemania, Francia, Colombia, España y Francia. Sin embargo, la mayoría de los libros (si no es que todos) tienen establecido, en su parte trasera, un precio determinado, por lo que las librerías no puede pueden superar este precio. Esta política de fijación de precios está establecida en la mayoría de los productos, aunque no implica que sea siempre un precio justo para los compradores.
Independientemente de esto, la existencia de un precio fijo ha permitido estimular la competencia entre las casas editoriales, mejorar las condiciones de trabajo de los escritores y editores, así como garantizar un mínimo de calidad de los libros. Sin embargo, existen otros elementos que han permitido el fomento de la lectura. Antes que nada, en cada estación de tren hay por lo menos una librería, por lo que los japoneses no tienen que hacer una “peregrinación” por 3 ó 4 librerías para buscar un libro como lo solemos hacer en México. Aunado a lo anterior, gracias a la existencia de un eficaz sistema de postal se pueden enviar sin problemas libros comprados en Internet, facilitando con mayor fuerza la lectura
Para no extender más el relato, los japoneses tienen garantizada las condiciones materiales para la lectura. Sin embargo, hay que acotar que como muchos productos, los libros siguen siendo caros. Además, los estudiantes japoneses no tienen los bondadosos descuentos como los que tienen sus contrapartes mexicanos. Esto es sin duda un problema, pero no se ha atrofiado la lectura.
Esto se debe a la existencia de muchas librerías que comercializan libros usados. Igualmente, la existencia de bibliotecas públicas de calidad ha coadyuvado a esto. Con esto, se han podido contrarrestar el alto precio de los libros y por ende, fomentar la lectura en Japón. Sin embargo, este tipo de facilidades no son las únicas razones del fomento de la lectura. Esta actividad está fomentada desde la escuela y también por los propios medios. Los distintos canales de televisión y periódicos hacen reseñas de diversos libros, ayudando al crecimiento de la industria editorial. En este sentido, si Televisa dedicara una parte de su programación a reseñar un libro, ayudaría mucho a nuestro país, aunque pedirle esto al gigantesco emporio es un sueño guajiro.
Además un elemento esencial es la existencia de los espacios para lectura. Las bibliotecas japonesas permiten a sus usuarios leer en completo silencio. Además, ante la existencia de un transporte y seguro en las grandes urbes, se hace obsoleto manejar un automóvil y por eso, mientras viajan en el tren, los japoneses pueden leer. En el caso del DF, uno lo podría hacer en los peseros, pero dada la oscilación de este tipo de transporte, así como la terrible forma como manejan los choferes, hacerlos sería un martirio.
A guisa de conclusión, sin duda, el fomento de la lectura está ligada a condiciones materiales, pero también a la conjugación de elementos de difusión, espacio y tiempo. Entonces como lo han establecido muchos columnistas en nuestro país: “primero hay que garantizar un mínimo de desarrollo económico y un estado de derecho”. Sin embargo, no podemos esperar tanto, es necesario buscar otras soluciones paralelas que coadyuven a esto. A lo mejor la solución está en los libros, quién sabe.
Hace un par de días, tuve la oportunidad de leer el número 31 de la revista istor. En este tomo, se analizan básicamente el lugar que ha tenido el libro dentro de la historia y, contiene también un artículo de José María Espinasa que establece una opinión favorable hacia la Ley de Fomento para la Lectura y el Libro. Como es sabido, esta ley fue impulsada en el sexenio de Vicente Fox Quezada, pero fue vetada por el mismo presidente mexicano, quien aludió diversos argumentos económicos para no aceptarla. Sin embargo, la sociedad mexicana logró sobreponerse de este inexplicable retroceso y, finalmente, después de un largo debate, el 29 de abril pasado, la Cámara de senadores aprobaría la Ley y, al día siguiente, la Cámara de Diputados haría lo mismo.
Sin embargo, esto aún es el principio. Nuestro país necesita, antes que nada de una política educativa que permita establecer una cultura real de la lectura. Aunado a lo anterior, es necesario mejorar también las condiciones materiales de muchos mexicanos. En fin. Es un tema sin duda que podría ser digno de otra cavilación.
Ahora bien, cómo es la situación de los libros en Japón. En este país no existe una ley que busques en específico el fomento de la lectura ni mucho menos que establezca un precio fijo hacia los libros como en México, Alemania, Francia, Colombia, España y Francia. Sin embargo, la mayoría de los libros (si no es que todos) tienen establecido, en su parte trasera, un precio determinado, por lo que las librerías no puede pueden superar este precio. Esta política de fijación de precios está establecida en la mayoría de los productos, aunque no implica que sea siempre un precio justo para los compradores.
Independientemente de esto, la existencia de un precio fijo ha permitido estimular la competencia entre las casas editoriales, mejorar las condiciones de trabajo de los escritores y editores, así como garantizar un mínimo de calidad de los libros. Sin embargo, existen otros elementos que han permitido el fomento de la lectura. Antes que nada, en cada estación de tren hay por lo menos una librería, por lo que los japoneses no tienen que hacer una “peregrinación” por 3 ó 4 librerías para buscar un libro como lo solemos hacer en México. Aunado a lo anterior, gracias a la existencia de un eficaz sistema de postal se pueden enviar sin problemas libros comprados en Internet, facilitando con mayor fuerza la lectura
Para no extender más el relato, los japoneses tienen garantizada las condiciones materiales para la lectura. Sin embargo, hay que acotar que como muchos productos, los libros siguen siendo caros. Además, los estudiantes japoneses no tienen los bondadosos descuentos como los que tienen sus contrapartes mexicanos. Esto es sin duda un problema, pero no se ha atrofiado la lectura.
Esto se debe a la existencia de muchas librerías que comercializan libros usados. Igualmente, la existencia de bibliotecas públicas de calidad ha coadyuvado a esto. Con esto, se han podido contrarrestar el alto precio de los libros y por ende, fomentar la lectura en Japón. Sin embargo, este tipo de facilidades no son las únicas razones del fomento de la lectura. Esta actividad está fomentada desde la escuela y también por los propios medios. Los distintos canales de televisión y periódicos hacen reseñas de diversos libros, ayudando al crecimiento de la industria editorial. En este sentido, si Televisa dedicara una parte de su programación a reseñar un libro, ayudaría mucho a nuestro país, aunque pedirle esto al gigantesco emporio es un sueño guajiro.
Además un elemento esencial es la existencia de los espacios para lectura. Las bibliotecas japonesas permiten a sus usuarios leer en completo silencio. Además, ante la existencia de un transporte y seguro en las grandes urbes, se hace obsoleto manejar un automóvil y por eso, mientras viajan en el tren, los japoneses pueden leer. En el caso del DF, uno lo podría hacer en los peseros, pero dada la oscilación de este tipo de transporte, así como la terrible forma como manejan los choferes, hacerlos sería un martirio.
A guisa de conclusión, sin duda, el fomento de la lectura está ligada a condiciones materiales, pero también a la conjugación de elementos de difusión, espacio y tiempo. Entonces como lo han establecido muchos columnistas en nuestro país: “primero hay que garantizar un mínimo de desarrollo económico y un estado de derecho”. Sin embargo, no podemos esperar tanto, es necesario buscar otras soluciones paralelas que coadyuven a esto. A lo mejor la solución está en los libros, quién sabe.
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