(Texto publicado en Diario Monitor, 5 de septiembre de 2006)
El próximo 20 de septiembre tendremos un nuevo primer ministro en Japón. Así, dedicaré las siguientes semanas a la discusión de este cambio. Y para lograr este modesto objetivo, comenzaré, antes que todo, a mencionar una visión panorámica del sistema político actual; tema que no ha sido muy difundido. Finalmente, para muchos funcionarios mexicanos Japón es un “monstruo económico”, pero no un “animal político”.
Japón es una monarquía parlamentaria formada por dos cámaras, Alta y Baja, que utilizan una fórmula mixta de mayoría y representación proporcional (En la Alta aplicada desde 1983, en la Baja desde 1994), muy similar, aunque con diferentes reglas, a la que existe en México. Como cualquier parlamentarismo, la elección del jefe de gobierno (el jefe de Estado es el Emperador) es indirecta. Es decir, los votantes eligen a sus diputados y ellos seleccionan quién será el Primer Ministro (los legisladores de las dos Cámaras votan, pero la Baja define todo). De este modo, la conformación numérica de los partidos en la Cámara Baja es la que define quién prescindirá al país.
Por lo que respecta a la estructura política actual, Japón está gobernado por una coalición formada por los partidos Liberal Demócrata (PLD) y Gobierno Limpio que ostentan juntos 325 escaños en la Cámara Baja (65%). El primero tiene 294 diputaciones y su ideología es conservadora. Mientras que el segundo tiene 31 y su clientela electoral son los creyentes de la secta neobudista Soka Gakkai. Por lo que toca a la oposición, la fuerza más grande, el Partido Demócrata Japonés (PDJ), formado en 1996 por un grupo escindido del PLD y los socialistas, tiene sólo 113 escaños (23%). El resto lo ocupan los socialdemócratas y comunistas.
Hasta aquí he mencionado sólo datos. ¿Qué es lo interesante? Lo más representativo de la política japonesa es que desde 1955, salvo un breve periodo de 1993 a 1994, el PLD ha gobernado Japón de una manera casi hegemónica y ha controlado a su antojo la política económica. Justamente, esta falta de alternancia, fue un factor para que la izquierda, especialmente los intelectuales resaltaran la debilidad de la democracia en Japón. Estas opiniones son válidas, pero no implica que sea un autoritarismo ni muchos menos una “República simulada”. Siempre han existido las condiciones necesarias para una democracia como el estado de derecho, el respecto a los derechos políticos y la libertad de expresión.
Entonces, ¿sí es una democracia o no? Los especialistas estadounidenses llaman a Japón como una “democracia diferente” y lo han colocado dentro del conjunto de países como Suecia, India, Israel e Italia en donde un partido ha ganado continuamente las elecciones. No coincido con la idea de “democracia diferente” que abogan los estudiosos estadounidenses. Esa categoría viene de una comunidad epistemológica que si bien, tiene un alta calidad, sus explicaciones están diseñadas para explicar la realidad del mundo a un círculo de personas que sólo conoce el bipartidismo y un sistema presidencial, el cual consideran la mejor opción.
Ahora bien, si vemos el caso japonés desde México, especialmente antes de la llegada de Fox, podremos advertir que necesariamente no es una “democracia diferente”. En muchos sentidos se parece a lo que fue nuestra realidad: la “dictadura perfecta”. Por ejemplo, viendo la forma como dominaron la política, el PLD y el PRI parecen hermanos. De igual manera, la forma como se conformó el PDJ se parece al PRD. Pero como dice la frase nacionalista, “Como México no hay dos”. En Japón las condiciones de competencia y libertad fueron superiores en todos los sentidos a México. Digámoslo así: Japón proyectaba un “modelo ideal” de democracia bajo un dominio unipartidista.
Esta similitudes hicieron que antes de la alternancia, tomando en cuenta que el IFE sí funcionaba bien, el politólogo José Antonio Crespo comentara que si ganaba el PRI, México estaría más cerca de Japón. Como sabemos eso no pasó. De hecho, “Foxilandia”, lejos de ser “Koizumilandia”, padece los mismos síntomas que Taiwán. Ahí, en el año 2000 ganó el Partido Democrática Progresista (la histórica oposición), y al igual que México, gracias a las imprudencias de su líder, Chen Sui-Bian, no se han podido dar cambios. Y en las elecciones del 2004, por cierto poco transparentes, Chen resultó vencedor.
En suma, Japón y su región circunvecina tienen más cosas que decirnos. Empero, esto no implica que México deba ver en Japón la solución. Un partido como el PLD, aunque gane bajo condiciones limpias, no es garantía para evitar la corrupción. Eso será justamente el tema de la siguiente cavilación.
Japón es una monarquía parlamentaria formada por dos cámaras, Alta y Baja, que utilizan una fórmula mixta de mayoría y representación proporcional (En la Alta aplicada desde 1983, en la Baja desde 1994), muy similar, aunque con diferentes reglas, a la que existe en México. Como cualquier parlamentarismo, la elección del jefe de gobierno (el jefe de Estado es el Emperador) es indirecta. Es decir, los votantes eligen a sus diputados y ellos seleccionan quién será el Primer Ministro (los legisladores de las dos Cámaras votan, pero la Baja define todo). De este modo, la conformación numérica de los partidos en la Cámara Baja es la que define quién prescindirá al país.
Por lo que respecta a la estructura política actual, Japón está gobernado por una coalición formada por los partidos Liberal Demócrata (PLD) y Gobierno Limpio que ostentan juntos 325 escaños en la Cámara Baja (65%). El primero tiene 294 diputaciones y su ideología es conservadora. Mientras que el segundo tiene 31 y su clientela electoral son los creyentes de la secta neobudista Soka Gakkai. Por lo que toca a la oposición, la fuerza más grande, el Partido Demócrata Japonés (PDJ), formado en 1996 por un grupo escindido del PLD y los socialistas, tiene sólo 113 escaños (23%). El resto lo ocupan los socialdemócratas y comunistas.
Hasta aquí he mencionado sólo datos. ¿Qué es lo interesante? Lo más representativo de la política japonesa es que desde 1955, salvo un breve periodo de 1993 a 1994, el PLD ha gobernado Japón de una manera casi hegemónica y ha controlado a su antojo la política económica. Justamente, esta falta de alternancia, fue un factor para que la izquierda, especialmente los intelectuales resaltaran la debilidad de la democracia en Japón. Estas opiniones son válidas, pero no implica que sea un autoritarismo ni muchos menos una “República simulada”. Siempre han existido las condiciones necesarias para una democracia como el estado de derecho, el respecto a los derechos políticos y la libertad de expresión.
Entonces, ¿sí es una democracia o no? Los especialistas estadounidenses llaman a Japón como una “democracia diferente” y lo han colocado dentro del conjunto de países como Suecia, India, Israel e Italia en donde un partido ha ganado continuamente las elecciones. No coincido con la idea de “democracia diferente” que abogan los estudiosos estadounidenses. Esa categoría viene de una comunidad epistemológica que si bien, tiene un alta calidad, sus explicaciones están diseñadas para explicar la realidad del mundo a un círculo de personas que sólo conoce el bipartidismo y un sistema presidencial, el cual consideran la mejor opción.
Ahora bien, si vemos el caso japonés desde México, especialmente antes de la llegada de Fox, podremos advertir que necesariamente no es una “democracia diferente”. En muchos sentidos se parece a lo que fue nuestra realidad: la “dictadura perfecta”. Por ejemplo, viendo la forma como dominaron la política, el PLD y el PRI parecen hermanos. De igual manera, la forma como se conformó el PDJ se parece al PRD. Pero como dice la frase nacionalista, “Como México no hay dos”. En Japón las condiciones de competencia y libertad fueron superiores en todos los sentidos a México. Digámoslo así: Japón proyectaba un “modelo ideal” de democracia bajo un dominio unipartidista.
Esta similitudes hicieron que antes de la alternancia, tomando en cuenta que el IFE sí funcionaba bien, el politólogo José Antonio Crespo comentara que si ganaba el PRI, México estaría más cerca de Japón. Como sabemos eso no pasó. De hecho, “Foxilandia”, lejos de ser “Koizumilandia”, padece los mismos síntomas que Taiwán. Ahí, en el año 2000 ganó el Partido Democrática Progresista (la histórica oposición), y al igual que México, gracias a las imprudencias de su líder, Chen Sui-Bian, no se han podido dar cambios. Y en las elecciones del 2004, por cierto poco transparentes, Chen resultó vencedor.
En suma, Japón y su región circunvecina tienen más cosas que decirnos. Empero, esto no implica que México deba ver en Japón la solución. Un partido como el PLD, aunque gane bajo condiciones limpias, no es garantía para evitar la corrupción. Eso será justamente el tema de la siguiente cavilación.
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