(Texto publicado en Diario Monitor, 13 de junio de 2006)
Lo invito a hacer un pequeño ejercicio de reflexión. Imagínese por un momento que es japonés. Es el año de 1945 y su país ha sido destruido por una guerra y no tiene trabajo ni nada qué comer. Frente a sus ojos, un ejército invasor comienza a reformar todo y nadie hace nada por evitarlo. Pero no hay tiempo para lamentarse. Lo que apremia ahora es reconstruir esta “gran” nación.
Transcurre el tiempo. Es 1956. En Melbourne se realizan los Juegos Olímpicos, pero eso es irrelevante para usted, no tiene trabajo. Está apunto de mandar al demonio todo. En eso, encuentra un panfleto que dice: venga a República Dominicana. El paraíso del Caribe. Incrédulo sigue leyendo: le vamos a dar tierras para que se convierta en un próspero agricultor. Piensa que es una mala broma, pero en la propaganda dice: tenemos el aval del Ministerio de Relaciones Exteriores. Entonces, la oferta es seria...
De este modo, vende lo poco que tiene y en ese mismo año, junto con 1349, sale hacia Ciudad Trujillo, hoy Santo Domingo. Pero ahí comienza su pesadilla. El gobierno no le dijo un detalle. Esta isla está gobernada por el Generalísimo Rafael Leonidas Trujillo: uno de los más sanguinarios dictadores del siglo XX. Sí, es ese mismo personaje que Mario Vargas Llosa describe como un adicto sexual en La fiesta del Chivo. Pero esto no le importa. Nada puede ser peor que Japón. Empero, todo es una bazofia. Le dan una pequeña tierra infértil y está sujeto a una terrible represión. Algunos de sus amigos son asesinados, otros se suicidan.
Si podría entonar algunas letras de las canciones del Tigres del Norte cantaría: la República Dominicana no es La Jaula de Oro que convierte a cualquier inmigrante en un Mojado Acaudalado. En su mente surge una pregunta: ¿por qué me engaño mi país? La respuesta es cruel. El gobierno temía que no hubiese suficientes trabajos y prefirió sacar el excedente de mano de obra. Esa predicción, sin embargo, no se cumple. Japón se convierte en los años subsecuentes en un próspero país.
Ante esta situación, en el decenio siguiente, varios de sus compadres van a Tokio para exigir una solución. Asimismo, otros piden ayuda a la embajada japonesa para que vele por sus derechos. Pero todo es en vano. Lo único que les ofrece es un boleto de regreso. Piensa en voz alta: para qué vuelvo allá. No tengo absolutamente nada. Sólo deudas.
Resignado decide hacer su vida en esta isla y nacen sus hijos. La situación, empero, no mejora y el gobierno japonés sigue sin hacer nada. De este manera, después de una larga campaña de 40 años, consigue el apoyo económico de varias ONG y en julio del 2000, junto con 176 de sus compañeros, emprende una lucha en contra de Tokio. El objetivo es conseguir una disculpa oficial y una indemnización de 320 millones de yenes (32 millones de pesos).
El juicio, no obstante, es tardado y en lo que avanza el litigio, 16 de sus compañeros fallecen. Ruega es que termine esta pesadilla y que su cuerpo aguante. Por fin, el pasado 7 de junio, el Juzgado de Tokio dicta sentencia, pero el veredicto es nefasto. La corte considera que el contrato que se hizo fue con una empresa particular y no con el gobierno. Además, afirma que el plazo legal para que prosiga la demanda ya había vencido.
Sin embargo, no todo es “malo”. El juez remarca que, aunque en término legales no se pueda obligar al gobierno japonés a pagar su ineptitud, esto no significa que se le exima de su responsabilidad moral. No puede creerlo. Lo único que quería era una disculpa y su país lo traiciona de nuevo. La única opción que le queda es que la Suprema Corte de Justicia atraiga el juicio y cambie el veredicto del Juzgado de Tokio. Implica pues, otro largo juicio.
Esta desecho, pero ese mismo día convoca a una conferencia de prensa. Ahí proclama que no lo van a vencer. Hay 900 nipo-dominicanos que lo apoyan. Este recorrido “imaginario” estimado lector, es verídico. Ahora, dejo a su consideración juzgarlo. Algunas coincidencias con México. Probablemente sí, a lo mejor no.
Como palabras finales quisiera decir que cualquier nación, sea la segunda más rica del mundo o la doceava economía (México), tiene la obligación de proteger los derechos de sus ciudadanos en el extranjero. No es suficiente sólo lanzar una propaganda laxa de “candidato del empleo” o “primero los pobres”, implica mayores responsabilidades, pero esclarecer esto ameritaría otro ensayo. Lo único que uno puede decirles a los nipo-dominicanos, parafraseando una canción de Peter Gabriel, es: “no se rindan. Tiene quien los apoye. No se rindan aún no están vencidos”.
Lo invito a hacer un pequeño ejercicio de reflexión. Imagínese por un momento que es japonés. Es el año de 1945 y su país ha sido destruido por una guerra y no tiene trabajo ni nada qué comer. Frente a sus ojos, un ejército invasor comienza a reformar todo y nadie hace nada por evitarlo. Pero no hay tiempo para lamentarse. Lo que apremia ahora es reconstruir esta “gran” nación.
Transcurre el tiempo. Es 1956. En Melbourne se realizan los Juegos Olímpicos, pero eso es irrelevante para usted, no tiene trabajo. Está apunto de mandar al demonio todo. En eso, encuentra un panfleto que dice: venga a República Dominicana. El paraíso del Caribe. Incrédulo sigue leyendo: le vamos a dar tierras para que se convierta en un próspero agricultor. Piensa que es una mala broma, pero en la propaganda dice: tenemos el aval del Ministerio de Relaciones Exteriores. Entonces, la oferta es seria...
De este modo, vende lo poco que tiene y en ese mismo año, junto con 1349, sale hacia Ciudad Trujillo, hoy Santo Domingo. Pero ahí comienza su pesadilla. El gobierno no le dijo un detalle. Esta isla está gobernada por el Generalísimo Rafael Leonidas Trujillo: uno de los más sanguinarios dictadores del siglo XX. Sí, es ese mismo personaje que Mario Vargas Llosa describe como un adicto sexual en La fiesta del Chivo. Pero esto no le importa. Nada puede ser peor que Japón. Empero, todo es una bazofia. Le dan una pequeña tierra infértil y está sujeto a una terrible represión. Algunos de sus amigos son asesinados, otros se suicidan.
Si podría entonar algunas letras de las canciones del Tigres del Norte cantaría: la República Dominicana no es La Jaula de Oro que convierte a cualquier inmigrante en un Mojado Acaudalado. En su mente surge una pregunta: ¿por qué me engaño mi país? La respuesta es cruel. El gobierno temía que no hubiese suficientes trabajos y prefirió sacar el excedente de mano de obra. Esa predicción, sin embargo, no se cumple. Japón se convierte en los años subsecuentes en un próspero país.
Ante esta situación, en el decenio siguiente, varios de sus compadres van a Tokio para exigir una solución. Asimismo, otros piden ayuda a la embajada japonesa para que vele por sus derechos. Pero todo es en vano. Lo único que les ofrece es un boleto de regreso. Piensa en voz alta: para qué vuelvo allá. No tengo absolutamente nada. Sólo deudas.
Resignado decide hacer su vida en esta isla y nacen sus hijos. La situación, empero, no mejora y el gobierno japonés sigue sin hacer nada. De este manera, después de una larga campaña de 40 años, consigue el apoyo económico de varias ONG y en julio del 2000, junto con 176 de sus compañeros, emprende una lucha en contra de Tokio. El objetivo es conseguir una disculpa oficial y una indemnización de 320 millones de yenes (32 millones de pesos).
El juicio, no obstante, es tardado y en lo que avanza el litigio, 16 de sus compañeros fallecen. Ruega es que termine esta pesadilla y que su cuerpo aguante. Por fin, el pasado 7 de junio, el Juzgado de Tokio dicta sentencia, pero el veredicto es nefasto. La corte considera que el contrato que se hizo fue con una empresa particular y no con el gobierno. Además, afirma que el plazo legal para que prosiga la demanda ya había vencido.
Sin embargo, no todo es “malo”. El juez remarca que, aunque en término legales no se pueda obligar al gobierno japonés a pagar su ineptitud, esto no significa que se le exima de su responsabilidad moral. No puede creerlo. Lo único que quería era una disculpa y su país lo traiciona de nuevo. La única opción que le queda es que la Suprema Corte de Justicia atraiga el juicio y cambie el veredicto del Juzgado de Tokio. Implica pues, otro largo juicio.
Esta desecho, pero ese mismo día convoca a una conferencia de prensa. Ahí proclama que no lo van a vencer. Hay 900 nipo-dominicanos que lo apoyan. Este recorrido “imaginario” estimado lector, es verídico. Ahora, dejo a su consideración juzgarlo. Algunas coincidencias con México. Probablemente sí, a lo mejor no.
Como palabras finales quisiera decir que cualquier nación, sea la segunda más rica del mundo o la doceava economía (México), tiene la obligación de proteger los derechos de sus ciudadanos en el extranjero. No es suficiente sólo lanzar una propaganda laxa de “candidato del empleo” o “primero los pobres”, implica mayores responsabilidades, pero esclarecer esto ameritaría otro ensayo. Lo único que uno puede decirles a los nipo-dominicanos, parafraseando una canción de Peter Gabriel, es: “no se rindan. Tiene quien los apoye. No se rindan aún no están vencidos”.
0 件のコメント:
コメントを投稿