(Texto publicado de Diario Monitor, 20 de junio de 2006)
En el otoño del año pasado, la cinta Siempre: atardecer en la tercera avenida fue un gran éxito en taquilla. Este filme es una adaptación de un cómic creado por Ryohei Saigan que sale publicado desde 1974 en la revista bisemanal Big Comic Original. Y trata la vida cotidiana de una comunidad de Tokio durante una de las facetas más interesantes de la historia contemporánea: el inicio del crecimiento acelerado. Es decir, los últimos años del decenio de los cincuenta y todos los sesenta.
Empero, a pesar de su éxito, los críticos no le dieron una buena calificación y se cuestionaron por qué hubo una concurrida audiencia. Hay varias respuestas: una exitosa campaña publicitaria o bien el prestigio de su elenco. No obstante, es el desencanto social que rodea actualmente a Japón, una de las razones. ¿Por qué? Permítame contextualizar mi respuesta.
Desde 1991, Japón experimenta una terrible recesión y para solucionarla los conservadores deciden implementar reformas neoliberales, similares a las que se hicieron en México. Uno de los grandes promotores de estas políticas es el actual Primer Ministro Jun’ichiro Koizumi. En su mandato Japón logra recuperarse, pero a costa de un empobrecimiento de los grupos más débiles, provocado una mayor desigualdad y un decrecimiento sustancial de los ingresos de los trabajadores.
Otros efectos ha sido la desintegración de los lazos familiares, el aumento del crimen, especialmente el asesinato de niños y un aumento sustancial de desempleo juvenil. Además, se observa una incapacidad gubernamental para frenar el decrecimiento poblacional, el cual atenta contra el débil Estado de Bienestar edificado en la posguerra.
En suma, el panorama actual no es nada halagador. Es por eso que la nostalgia que proyecta Siempre acapare la atención de muchos. En esos años, la sociedad era menos injusta, más solidaria y más segura. El gobierno conservador y las grandes empresas, además, lograron estimular correctamente el consumo, permitiendo la adquisición de televisiones, lavadoras y refrigeradores. Este crecimiento exponencial de la clase media fue uno de los motores para el desarrollo. Pero aquí no hubo un demagogo que les prometiera vocho, changarro y tele, por lo menos no tan folklórico como Fox.
Ahora bien, siendo más objetivos, los años sesenta tampoco fueron la panacea. Los problemas ambientales, las cargas excesivas de trabajo, así como un alto índice de suicidios muestran que había muchas anomias sociales. Al fondo, todo es un espejismo de una sociedad cansada, pero nadie puede negar que fue una época dorada. De hecho, es tan fuerte este espíritu del decenio de los sesenta, que en los últimos años el gobierno de Koizumi ha decidido revivir esos años maravillosos.
A partir de 2002, el gobierno ha comenzado a reemplazar la actual señal análoga por un sistema digital. Se contempla que para el año 2011 se suspendan por completo la transmisión análoga y se requerirá comparar nuevos aparatos. ¿Qué efectos tendría? Según los datos del gobierno, se calcula que en Japón hay 70 televisiones por cada 100 habitantes. Esto significa que hay 90 millones de receptores en todo el país. Simplemente reemplazando sólo la mitad, el gobierno lograría estimular el consumo de los años sesenta y empresas como Sony y Sharp obtendrían una ganancia millonaria.
Poniendo orden los puntos anteriores, vemos que el éxito de taquilla de Siempre, así como la reforma de Koizumi son claras muestras de que los años sesenta siguen cautivando a millones y son una fuente de inspiración para muchas de las políticas del presente. Probablemente sea un proceso normal de cualquier país que ha logrado el éxito económico. No podría generalizar.
Ahora, si trasladamos esta situación a México, encontramos algunos rastros de nostalgia también. De hecho, existe un sector, concretamente AMLO, que ve en los modelos del pasado las soluciones para el presente. Tengo dudas si esos años dorados del PRI fueron mejores que ahora (por lo menos en términos democráticos no), pero no creo que el proyecto del PAN sea mucho mejor. La “derecha” mexicana presenta un proyecto sin una reflexión histórica que no permite eliminar las desigualdades sociales del presente.
Al fondo el acartonado Felipe Calderón no quiere comprender que solucionar la situación de los grupos marginados es la clave. Así, lo hicieron sus contrapartes demócrata-cristianas europeas, especialmente esa Alemania que tanto amó su padre político Carlos Castillo Peraza. Pero es pedirle mucho a alguien que está más preocupado por sus asuntos familiares y el ascenso modesto de AMLO en las encuestas.
Empero, a pesar de su éxito, los críticos no le dieron una buena calificación y se cuestionaron por qué hubo una concurrida audiencia. Hay varias respuestas: una exitosa campaña publicitaria o bien el prestigio de su elenco. No obstante, es el desencanto social que rodea actualmente a Japón, una de las razones. ¿Por qué? Permítame contextualizar mi respuesta.
Desde 1991, Japón experimenta una terrible recesión y para solucionarla los conservadores deciden implementar reformas neoliberales, similares a las que se hicieron en México. Uno de los grandes promotores de estas políticas es el actual Primer Ministro Jun’ichiro Koizumi. En su mandato Japón logra recuperarse, pero a costa de un empobrecimiento de los grupos más débiles, provocado una mayor desigualdad y un decrecimiento sustancial de los ingresos de los trabajadores.
Otros efectos ha sido la desintegración de los lazos familiares, el aumento del crimen, especialmente el asesinato de niños y un aumento sustancial de desempleo juvenil. Además, se observa una incapacidad gubernamental para frenar el decrecimiento poblacional, el cual atenta contra el débil Estado de Bienestar edificado en la posguerra.
En suma, el panorama actual no es nada halagador. Es por eso que la nostalgia que proyecta Siempre acapare la atención de muchos. En esos años, la sociedad era menos injusta, más solidaria y más segura. El gobierno conservador y las grandes empresas, además, lograron estimular correctamente el consumo, permitiendo la adquisición de televisiones, lavadoras y refrigeradores. Este crecimiento exponencial de la clase media fue uno de los motores para el desarrollo. Pero aquí no hubo un demagogo que les prometiera vocho, changarro y tele, por lo menos no tan folklórico como Fox.
Ahora bien, siendo más objetivos, los años sesenta tampoco fueron la panacea. Los problemas ambientales, las cargas excesivas de trabajo, así como un alto índice de suicidios muestran que había muchas anomias sociales. Al fondo, todo es un espejismo de una sociedad cansada, pero nadie puede negar que fue una época dorada. De hecho, es tan fuerte este espíritu del decenio de los sesenta, que en los últimos años el gobierno de Koizumi ha decidido revivir esos años maravillosos.
A partir de 2002, el gobierno ha comenzado a reemplazar la actual señal análoga por un sistema digital. Se contempla que para el año 2011 se suspendan por completo la transmisión análoga y se requerirá comparar nuevos aparatos. ¿Qué efectos tendría? Según los datos del gobierno, se calcula que en Japón hay 70 televisiones por cada 100 habitantes. Esto significa que hay 90 millones de receptores en todo el país. Simplemente reemplazando sólo la mitad, el gobierno lograría estimular el consumo de los años sesenta y empresas como Sony y Sharp obtendrían una ganancia millonaria.
Poniendo orden los puntos anteriores, vemos que el éxito de taquilla de Siempre, así como la reforma de Koizumi son claras muestras de que los años sesenta siguen cautivando a millones y son una fuente de inspiración para muchas de las políticas del presente. Probablemente sea un proceso normal de cualquier país que ha logrado el éxito económico. No podría generalizar.
Ahora, si trasladamos esta situación a México, encontramos algunos rastros de nostalgia también. De hecho, existe un sector, concretamente AMLO, que ve en los modelos del pasado las soluciones para el presente. Tengo dudas si esos años dorados del PRI fueron mejores que ahora (por lo menos en términos democráticos no), pero no creo que el proyecto del PAN sea mucho mejor. La “derecha” mexicana presenta un proyecto sin una reflexión histórica que no permite eliminar las desigualdades sociales del presente.
Al fondo el acartonado Felipe Calderón no quiere comprender que solucionar la situación de los grupos marginados es la clave. Así, lo hicieron sus contrapartes demócrata-cristianas europeas, especialmente esa Alemania que tanto amó su padre político Carlos Castillo Peraza. Pero es pedirle mucho a alguien que está más preocupado por sus asuntos familiares y el ascenso modesto de AMLO en las encuestas.
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