(Artículo publicado en Diario Monitor el 19 de febrero de 2008)
El 15 de agosto de 1945, por medio de una grabación radial, el emperador Showa (Hirohito) declara la rendición incondicional, culminándose así larga situación de guerra que había prevalecido desde la década de los 30. Semanas posteriores a este anuncio, las fuerzas militares de Estados Unidos arriban al archipiélago y lo ocupan hasta 1952. Y, durante esta etapa, desmantelan la maquinaria militar del Imperio y las bases políticas del régimen “fascista japonés”, dando pábulo al nacimiento de un nuevo régimen democrático, pero dejando al mismo tiempo, un doloroso estigma que sigue presente hasta la fecha: la presencia de bases militares estadounidenses en territorio japonés.
La pregunta obligada, entonces, es por qué se han mantenido las bases. Existen tres razones generales. La primera es la inercia histórica. En el momento de emprender la ocupación, las fuerzas estadounidense necesitaban de cuarteles y deciden utilizar momentáneamente las bases del antiguo ejército imperial, pero al ver las ventajas comparativas que representaban las bases para los intereses de Estados Unidos, Washington decide hacer hasta lo imposible para mantenerlas como entidades permanentes.
La segunda razón que explica la presencia de las base es la existencia de la Constitución pacifista. Como se señaló en párrafos anteriores, una de las misiones primordiales para el ejército de ocupación era el desmantelamiento de la maquinaría bélica del Imperio. Así, junto con la ayuda de la vieja burocracia imperial y políticos conservadores moderados, logra establecer una constitución en donde queda prohibido el derecho de beligerancia. Este espíritu pacifista sería secundado por las fuerzas de izquierda y la opinión pública. Empero, pese a lograr un avance histórico, desde una óptica militar, la Constitución pacifista dejaba muy indefenso a Japón frente a un ataque del exterior. De este modo, para subsanar esto Washington y Tokio deciden mantener a las bases estadounidense y esto quedaría plasmado en el Tratado de Alianza Nipo-Estadounidense de 1951: un acuerdo que establece una supremacía de Estados Unidos en los asuntos de la seguridad nacional japonesa y protege a los militares estadounidenses en crímenes del orden común.
Finalmente, la tercera razón del mantenimiento de las bases es que éstas han servido como un mecanismo de inyección de dinero para las regiones donde están situadas. Las bases son una fuerte de trabajo para a muchos japoneses y los gobiernos municipales en donde están situadas reciben la ayuda de Washington y Tokio como una forma de compensar su presencia.
Hasta ahora he mencionado un breve bosquejo sobre las bases estadounidenses en Japón, pero cuál es el problema con su presencia. De entrada, representan un riesgo para las poblaciones en donde están establecidas. Igualmente, el ruido de los naves de batallas es sumamente molesto. Asimismo, las simulaciones de batalla que se hacen ahí pueden involucrar a los habitantes de la zona. Por tal motivo, muchos habitantes han pedido la salida de las bases, pero por cuestiones económicas su salida es complicada.
Sin embargo, el principal problema que acarrean las bases son los abusos que han hecho los militares estadounidenses: actos que las autoridades japonesas no pueden hacer nada. Por ejemplo, en 1995 tres marines violaron a una niña de 12 años y se escondieron en las bases. El gobierno japonés pidió a Washington que entregaran a los culpables, pero Estados Unidos no quiso, ya que en esos años existía un acuerdo que establecía que el derecho de enjuiciar a los militares estaba del lado de Estados Unidos. Esto generó el repudio de la población de Okinawa y Washington no tuvo otra alternativa que aceptar un cambio en este acuerdo. Una prueba de esto es la forma como actuó Estados Unidos en un reciente caso de violación. En días pasados, en Okinawa un marine violó a una niña de 14 años y Washington aceptó que Japón lo juzgue. Pero el problema fundamental aquí no es cambiar un simple papel, sino que los marines sigan cometiendo abusos.
Como palabras finales, por más que Japón negocie con Washington, dada su importancia estratégica, su importancia económica y las trabajas jurídicas su salida se ve imposible. Ante esto, algunos políticos de derecha han señalado que la única solución es que se reforme la constitución y se pongan un fin a los argumentos que legitiman la presencia de las bases. Desde mi punto de vista, esto tampoco es una solución. En caso de que se dé un rearme, su gasto excesivo puede generar otras trabas para Japón, además de un choque frontal con China. Ni hablar, estamos frente a un problema sin solución.
El 15 de agosto de 1945, por medio de una grabación radial, el emperador Showa (Hirohito) declara la rendición incondicional, culminándose así larga situación de guerra que había prevalecido desde la década de los 30. Semanas posteriores a este anuncio, las fuerzas militares de Estados Unidos arriban al archipiélago y lo ocupan hasta 1952. Y, durante esta etapa, desmantelan la maquinaria militar del Imperio y las bases políticas del régimen “fascista japonés”, dando pábulo al nacimiento de un nuevo régimen democrático, pero dejando al mismo tiempo, un doloroso estigma que sigue presente hasta la fecha: la presencia de bases militares estadounidenses en territorio japonés.
La pregunta obligada, entonces, es por qué se han mantenido las bases. Existen tres razones generales. La primera es la inercia histórica. En el momento de emprender la ocupación, las fuerzas estadounidense necesitaban de cuarteles y deciden utilizar momentáneamente las bases del antiguo ejército imperial, pero al ver las ventajas comparativas que representaban las bases para los intereses de Estados Unidos, Washington decide hacer hasta lo imposible para mantenerlas como entidades permanentes.
La segunda razón que explica la presencia de las base es la existencia de la Constitución pacifista. Como se señaló en párrafos anteriores, una de las misiones primordiales para el ejército de ocupación era el desmantelamiento de la maquinaría bélica del Imperio. Así, junto con la ayuda de la vieja burocracia imperial y políticos conservadores moderados, logra establecer una constitución en donde queda prohibido el derecho de beligerancia. Este espíritu pacifista sería secundado por las fuerzas de izquierda y la opinión pública. Empero, pese a lograr un avance histórico, desde una óptica militar, la Constitución pacifista dejaba muy indefenso a Japón frente a un ataque del exterior. De este modo, para subsanar esto Washington y Tokio deciden mantener a las bases estadounidense y esto quedaría plasmado en el Tratado de Alianza Nipo-Estadounidense de 1951: un acuerdo que establece una supremacía de Estados Unidos en los asuntos de la seguridad nacional japonesa y protege a los militares estadounidenses en crímenes del orden común.
Finalmente, la tercera razón del mantenimiento de las bases es que éstas han servido como un mecanismo de inyección de dinero para las regiones donde están situadas. Las bases son una fuerte de trabajo para a muchos japoneses y los gobiernos municipales en donde están situadas reciben la ayuda de Washington y Tokio como una forma de compensar su presencia.
Hasta ahora he mencionado un breve bosquejo sobre las bases estadounidenses en Japón, pero cuál es el problema con su presencia. De entrada, representan un riesgo para las poblaciones en donde están establecidas. Igualmente, el ruido de los naves de batallas es sumamente molesto. Asimismo, las simulaciones de batalla que se hacen ahí pueden involucrar a los habitantes de la zona. Por tal motivo, muchos habitantes han pedido la salida de las bases, pero por cuestiones económicas su salida es complicada.
Sin embargo, el principal problema que acarrean las bases son los abusos que han hecho los militares estadounidenses: actos que las autoridades japonesas no pueden hacer nada. Por ejemplo, en 1995 tres marines violaron a una niña de 12 años y se escondieron en las bases. El gobierno japonés pidió a Washington que entregaran a los culpables, pero Estados Unidos no quiso, ya que en esos años existía un acuerdo que establecía que el derecho de enjuiciar a los militares estaba del lado de Estados Unidos. Esto generó el repudio de la población de Okinawa y Washington no tuvo otra alternativa que aceptar un cambio en este acuerdo. Una prueba de esto es la forma como actuó Estados Unidos en un reciente caso de violación. En días pasados, en Okinawa un marine violó a una niña de 14 años y Washington aceptó que Japón lo juzgue. Pero el problema fundamental aquí no es cambiar un simple papel, sino que los marines sigan cometiendo abusos.
Como palabras finales, por más que Japón negocie con Washington, dada su importancia estratégica, su importancia económica y las trabajas jurídicas su salida se ve imposible. Ante esto, algunos políticos de derecha han señalado que la única solución es que se reforme la constitución y se pongan un fin a los argumentos que legitiman la presencia de las bases. Desde mi punto de vista, esto tampoco es una solución. En caso de que se dé un rearme, su gasto excesivo puede generar otras trabas para Japón, además de un choque frontal con China. Ni hablar, estamos frente a un problema sin solución.
1 件のコメント:
Muy interesante esta nota Isami, de nuevo sacas temas que vale la pena poner en la mesa de discusión y que por aparente indiferencia o ignorancia pasamos por alto.
Como comentario al margen, yo vivo muy cerca de una base de la fuerza área y es un poco molesto. Todos los días pasan diferentes tipos de aviones e incluso helicópteros Hércules y para mí es un espectáculo horrible, siento como si estuviera en medio de una guerra nomás de verlos y sí, el ruido es a veces espantoso. Pero al menos éste es su país y ni modo.
La disyuntiva sobre mantener o quitar una base también es motivo de discusión en este país. Hace poco leía sobre la derrama de dinero que implica que una ciudad tenga una base militar, y que incluso hay un lobbying específico para que no se quiten las bases, aún cuando sea ineficiente mantenerlas para el Departamento de Defensa, así que supongo que al final de cuentas, son muchos intereses lo que se juegan al respecto.
Saludos,
Karina.
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