(Artículo publicado en Diario Monitor, 12 de junio de 2007)
Hace unos días tuve la oportunidad de ver, en una diminuta sala de Tokio, la cinta El Comandante (2003). Este largometraje hispano-estadounidense, dirigido por Oliver Stone, resume la larga entrevista que sostuvo, durante casi 30 horas, el polémico director estadounidense (quien en el pasado también se entrevistó con el Subcomandante Marcos) con Fidel Castro Ruz.
El contenido de la película es interesante y trata diferentes aspectos de la vida del longevo dirigente como su visión política, su relación con Ernesto Guevara, así como algunos aspectos de su vida personal como la lista de sus películas favoritas y las mujeres que han rodeado su vida. Dicho en otras palabras: lejos de ser una propaganda política o una crítica “constructiva”, esta cinta resume perfectamente la historia contemporánea de Cuba y muestra una faceta distinta de Fidel Castro.
Como era de esperarse, esta producción no sería del agrado de los grupos anti-castristas que radican en Miami. Así, salvo su presentación oficial en el Festival de Sundance (2003), el documental no sería exhibido en Estados Unidos por la influencia del lobby cubano. Inclusive, esta censura se ha mantenido en su comercialización y el propio gobierno de Washington ha determinado que no se pueda vender en Estados Unidos.
Desconozco si en México se haya proyectado ya la película, pero de acuerdo a los medios japoneses, El Comandante, se ha exhibido sólo en el Festival Internacional de Berlín (2003) y en pocos países “desarrollados” (España, Suecia, Reino Unido, Italia y Austria). De hecho, estoy sorprendido de que se haya proyectado en Japón (sin duda, una de las naciones más pro estadounidenses). Desgraciadamente, el espacio no es suficiente para seguir abundando más en el contenido de la película, pero en lo que resta de este espacio quisiera compartir con usted, amable lector, una breve reflexión que se me vino a la mente mientras veía a Fidel Castro.
Antes que nada, quisiera recalcar que no soy partidario de Castro y reconozco que su largo régimen de claras tendencias autoritarias ha llegado a un estancamiento y necesita cambios. De igual manera, lamento que el líder cubano no haya emprendido una reforma política que hubiera permitido no sólo la implementación de mejores garantías de libertad, sino también la construcción de un mecanismo institucional que permita una sucesión efectiva, después de que muera el camarada Fidel.
Empero, no dejo de reconocer algunos triunfos de la Revolución cubana. Aquel país que sirvió como escenario de las primeras películas de El Santo, el Enmascarado de Plata, y un lugar de distracción para muchos estadounidenses, no existe más y ahora tenemos una nación más igualitaria (esto no implica más libre). Igualmente, el sorprendente desarrollo educativo, y deportivo, así como los adelantos médicos que ha desarrollado el régimen de Castro son dignos de elogiar. Esta situación contrasta evidentemente con México en donde los gobiernos federales no han podido establecer programas sociales efectivos.
Ahora bien, Cuba también se diferencia claramente del régimen autoritario del generalísimo Kim Jong Il. De hecho, al ver El Comandante, no pude evitar la tentación de comparar a Fidel con el líder norcoreano. Ambos visten uniformes militares y enfrentan un aislamiento por sus malas relaciones con Estados Unidos, pero encuentro claras diferencias. Mientras que en Cuba, pese al bloqueo se mantiene una situación de equilibrio social, en Corea del Norte existe una desastrosa situación de hambruna, producto de las negligencias de las autoridades de Pyongyang.
Este ejercicio comparativo es interesante y es necesario un análisis más serio, pero hablando con algunas amistades japoneses que conocen bien el caso cubano, he encontrado comentarios interesantes, aunque no necesariamente convincentes. Por ejemplo, algunos me han externado que la diferencia crucial es la cultura, ya que no es lo mismo una nación afrocubana alegre que un país que mantiene un hermetismo cultural. Otros me dicen que la diferencia es el clima.
En lo personal no sé que es lo que defina la diferencia, pero creo que el apoyo externo que tienen el Comandante y el Generalísimo marca también la diferencia. Mientras que Castro aún tiene el apoyo de la izquierda latinoamericana, el régimen que construyó Kim Il Sung y hereda su hijo Kim Jong Il, ha perdido todo apoyo de la diminuta izquierda asiática y su permanencia está basada más en los intereses chinos en la Península coreana. Dicho de una manera simple: no es lo mismo la seducción que produce Revolución cubana que el “grotesco” nacionalismo norcoreano.
Hace unos días tuve la oportunidad de ver, en una diminuta sala de Tokio, la cinta El Comandante (2003). Este largometraje hispano-estadounidense, dirigido por Oliver Stone, resume la larga entrevista que sostuvo, durante casi 30 horas, el polémico director estadounidense (quien en el pasado también se entrevistó con el Subcomandante Marcos) con Fidel Castro Ruz.
El contenido de la película es interesante y trata diferentes aspectos de la vida del longevo dirigente como su visión política, su relación con Ernesto Guevara, así como algunos aspectos de su vida personal como la lista de sus películas favoritas y las mujeres que han rodeado su vida. Dicho en otras palabras: lejos de ser una propaganda política o una crítica “constructiva”, esta cinta resume perfectamente la historia contemporánea de Cuba y muestra una faceta distinta de Fidel Castro.
Como era de esperarse, esta producción no sería del agrado de los grupos anti-castristas que radican en Miami. Así, salvo su presentación oficial en el Festival de Sundance (2003), el documental no sería exhibido en Estados Unidos por la influencia del lobby cubano. Inclusive, esta censura se ha mantenido en su comercialización y el propio gobierno de Washington ha determinado que no se pueda vender en Estados Unidos.
Desconozco si en México se haya proyectado ya la película, pero de acuerdo a los medios japoneses, El Comandante, se ha exhibido sólo en el Festival Internacional de Berlín (2003) y en pocos países “desarrollados” (España, Suecia, Reino Unido, Italia y Austria). De hecho, estoy sorprendido de que se haya proyectado en Japón (sin duda, una de las naciones más pro estadounidenses). Desgraciadamente, el espacio no es suficiente para seguir abundando más en el contenido de la película, pero en lo que resta de este espacio quisiera compartir con usted, amable lector, una breve reflexión que se me vino a la mente mientras veía a Fidel Castro.
Antes que nada, quisiera recalcar que no soy partidario de Castro y reconozco que su largo régimen de claras tendencias autoritarias ha llegado a un estancamiento y necesita cambios. De igual manera, lamento que el líder cubano no haya emprendido una reforma política que hubiera permitido no sólo la implementación de mejores garantías de libertad, sino también la construcción de un mecanismo institucional que permita una sucesión efectiva, después de que muera el camarada Fidel.
Empero, no dejo de reconocer algunos triunfos de la Revolución cubana. Aquel país que sirvió como escenario de las primeras películas de El Santo, el Enmascarado de Plata, y un lugar de distracción para muchos estadounidenses, no existe más y ahora tenemos una nación más igualitaria (esto no implica más libre). Igualmente, el sorprendente desarrollo educativo, y deportivo, así como los adelantos médicos que ha desarrollado el régimen de Castro son dignos de elogiar. Esta situación contrasta evidentemente con México en donde los gobiernos federales no han podido establecer programas sociales efectivos.
Ahora bien, Cuba también se diferencia claramente del régimen autoritario del generalísimo Kim Jong Il. De hecho, al ver El Comandante, no pude evitar la tentación de comparar a Fidel con el líder norcoreano. Ambos visten uniformes militares y enfrentan un aislamiento por sus malas relaciones con Estados Unidos, pero encuentro claras diferencias. Mientras que en Cuba, pese al bloqueo se mantiene una situación de equilibrio social, en Corea del Norte existe una desastrosa situación de hambruna, producto de las negligencias de las autoridades de Pyongyang.
Este ejercicio comparativo es interesante y es necesario un análisis más serio, pero hablando con algunas amistades japoneses que conocen bien el caso cubano, he encontrado comentarios interesantes, aunque no necesariamente convincentes. Por ejemplo, algunos me han externado que la diferencia crucial es la cultura, ya que no es lo mismo una nación afrocubana alegre que un país que mantiene un hermetismo cultural. Otros me dicen que la diferencia es el clima.
En lo personal no sé que es lo que defina la diferencia, pero creo que el apoyo externo que tienen el Comandante y el Generalísimo marca también la diferencia. Mientras que Castro aún tiene el apoyo de la izquierda latinoamericana, el régimen que construyó Kim Il Sung y hereda su hijo Kim Jong Il, ha perdido todo apoyo de la diminuta izquierda asiática y su permanencia está basada más en los intereses chinos en la Península coreana. Dicho de una manera simple: no es lo mismo la seducción que produce Revolución cubana que el “grotesco” nacionalismo norcoreano.
0 件のコメント:
コメントを投稿