6/26/2007

Japón y México: algunos paralelismos

(Texto publicado en Diario Monitor, 26 de junio de 2007)

En 1957, el entonces primer ministro Nobusuke Kishi (1957-1960) plasma en el Libro azul de la política exterior, los tres principios básicos de la diplomacia japonesa: la centralidad de la Naciones Unidas, la cooperación con los países libres y una postura a favor de Asia. De este modo, estos tres postulados guiarían moralmente la política internacional japonesa en los años subsecuentes. Especialmente, los dos últimos principios representarían las excusas perfectas para establecer un apoyo irrestricto hacia las políticas anticomunistas de Washington y la ayuda financiera japonesa al Asia-Pacífico.

Ahora bien, muchas voces en Japón y fuera de esta país sostienen que la diplomacia japonesa nunca ha podido establecer un equilibrio entre su política hacia Estados Unidos y Asia. Dicho de otra manera, Japón ha quedando siempre como un “achichincle” de Washington. Un claro ejemplo es el apoyo que hizo Japón hacia el boicot estadounidense a las Olimpiadas de Moscú. Y en los años recientes ha sido, sin duda, el despacho de una diminuta tropa de las Fuerzas de Auto-defensa a la “pacificación” de Irak.

Sin embargo, pensar que Japón es sólo un apéndice más de Estados Unidos sería caricaturizar por completo a la diplomacia japonesa. En realidad, durante la posguerra, las autoridades de Tokio buscarían, aunque no siempre con mucho éxito, diversificar su diplomacia frente a Washington.

El caso más llamativo ha sido, sin duda alguna, la diplomacia pro árabe que muestra Japón después de la crisis petrolera de 1973. El temor de quedar sin un suministro continuo de petróleo obligó a Tokio establecer una política distinta a los deseos estadounidenses. Inclusive, se mostró una postra menos conciliatoria hacia Israel y en muchos medios japoneses se establecería una línea más favorable hacia Palestina.

Otro ejemplo es la tolerancia que mostró Japón hacia la invasión y ocupación indonesa de Timor Oriental, acontecida en 1975 y que culmina en 2002. Japón, aunque no de manera oficial, buscó evitar que se castigara esta maniobra. Igualmente, el apoyo económico que ha hecho el gobierno japonés al régimen militar de Myanmar, que gobierna este país desde 1988, muestran claras diferencias con la política pro derechos humanos de Washington (en el 2003 Japón desiste finalmente de dar ayuda, aunque no condena abiertamente el régimen militar).

De este modo, vemos que Japón, pese a estar en una clara relación de subordinación, ha buscado establecer algunas pautas de autonomía. De hecho, este tipo de esfuerzo es muy similar al que buscaron los gobiernos posrevolucionarios en México. Si bien muchas de las política que buscó establecer la cancillería mexicana serían simbólicas, no podemos negar que en algunos casos, como fue la defensa de la autodeterminación de Cuba, México trataría, como su contraparte japonesa, establecer una autonomía frente al Coloso del Norte.

Ahora bien, esto no son los únicos paralelismos. Ambos países perdieron una guerra con Estados Unidos en donde no sólo implicó una perdida de territorio, sino también obligó a las autoridades japonesas y mexicanas a reconstruir la identidad nacional. Este trauma o bien memoria histórica representaría, finalmente, el motor de la diplomacia de ambos países.

Igualmente, los dos países representan Estados limítrofes de dos mundos antagónicos. Japón está en el borde de lo que peyorativamente se suele llamar “Occidente” y “Oriente”. Por lo que toca a México, este país está colocado en medios de dos mundos: el mundo “anglosajón”, “protestante” y “moderno” llamado “América del norte” y el otro denominado “América Latina”, caracterizado por el “mestizaje”, el “catolicismo” y el “subdesarrollo”. Ahora, hay que acotar que lo anterior no significa que estos dos estados sean iguales. Simplemente, comparten más rasgos de lo que se suele pensar.

Como palabras finales quisiera decir lo siguiente: en diversos círculos académicos mexicanos suele prevalecer la idea de que en nuestro país aún carecemos de una información sobre el Asia-Pacífico y atribuyen esto a la falta de centros de estudio.

No dudo que sea así, pero creo que hay otro problema. No es que no exista el conocimiento, sino que se sobreestima lo poco que sabemos sobre esta región. ¿Qué quiero decir? Muchos piensan que es suficiente saber lo que los expertos estadounidenses y europeos escriben sobre Asia y repetir la información que brindan las fuentes sobre la economía asiática, pero no se cuestionan si eso es realmente relevante para las necesidades políticas y académicas de México. Necesitamos, antes que nada salir de la trampa del “orientalismo” y encontrar que Asia comparte más cosas de las que pensamos.

6/19/2007

Mangas y Animes: sin respuesta

(Texto publicado en Diario Monito, 19 de junio de 2007)

¿Por qué los mangas (cómics) y los animes (animaciones) japoneses tienen los ojos grandes? Esta pregunta la recibí hace ya varios meses por uno de los continuos lectores de esta modesta columna: Armando Román Zozaya. Prometí contestar esta interrogante lo antes posible, pero desgraciadamente no he encontrado aún una respuesta convincente, por lo menos para mi. Así, expongo lo que se suele decir y lo que pienso.

La razón de que los personajes de los mangas tengan los ojos grandes es por una influencia directa de Walt Disney. Esta es la respuesta que hizo, hace varios años, el ya fallecido Osamu Tezuka (1928-1989), considerado el mejor caricaturista de la historia japonesa. De acuerdo, al autor de Astro Boy (una de las primeras animaciones japoneses que logró cautivar a millones de japonés en los primeros años de la posguerra), el poner los ojos grandes, como lo hizo Disney en sus primeras producciones en blanco y negro, permite darle mejores gestos a los personajes (especialmente los que no son humanos) y al mismo tiempo hace que los gestos femeninos sean más claros.

Sin duda, Tezuka tenía razón. El mantener los ojos grandes permite transmitir mejor las expresiones humanas y más en personajes imaginarios como los robots que traro de plasmar en Astro Boy. Sin embargo, como sabemos, este tipo de técnica no sólo se ha concentrado en contextos fantasiosos. Los personajes “humanos” también se prestan a esto. Sin duda el ejemplo más notorio es el personaje principal de Remi (1978): la adaptación animada de la novela Sin Familia (1878) del escritor francés Hector Malot y que ha sido retransmitida por años y años en México.

Sin embargo, este tipo de técnica tiene un gran demérito. A pesar de que su uso ha permitido crear personajes extremadamente “bellos”, también su uso excesivo ha homogenizado a los protagonistas, al grado de que uno no distingue la diferencia clara entre cada uno de ellos. Dicho de una manera exagerada, todos se ven igual. Aunque hay que resaltar que en términos de costo y esfuerzo, es más efectivo escribir personajes similares que heterogéneos.

Ahora bien, para muchos “críticos”, lo anterior es permisible en personajes caucásicos como Remi o en contextos “occidentales”, pero señalan que es contrastante cuando se aplica en escenarios japoneses. De hecho, la mayoría de los mangas y animes giran entorno a Japón y en la mayoría de las obras es difícil encontrar a personajes que no representen los rasgos más característicos de los japoneses: los ojos rasgados (yo añadiría el color del pelo también y el tamaño de sus cabezas).

Los pocos casos que suelen buscar un realismo mayor son probablemente la animación de Katsuhiro Otomo, Akira (1988), y el cómic de Naoki Urasa, Monster (1994-2001). Empero, estas dos obras no llegan, en ningún momento, a parecerse a las animaciones xenofóbicas estadounidenses de la segunda Guerra Mundial. Un ejemplo que se me viene ahora la mente, es el cartón de Popeye, You’re A Sap, Mr. Jap (1942), en donde el marinero come espinacas golpea a miles de japoneses de ojos rasgados y dientes salidos.

Entonces, de nuevo nos lleva a la misma pregunta: ¿por qué esta tendencia de poner ojos grandes? Algunas voces, especialmente los que ven con prejuicio a Japón, consideran que esto es un reflejo de los complejos que tienen los japoneses hacia “Occidente”. Otros dicen que son el resultado de la ocupación estadounidense que puso como una de las premisas máximas adorar a Estados Unidos. Estos comentarios tienen cierta exactitud, si comparamos los mangas de la preguerra con los que se crean en la posguerra, pero atribuirle este tipo de explicaciones implicaría decir que toda la cultura popular japonesa de la posguerra es producto de una imposición externa o bien producto de complejos, lo cual no es cierto.

Probablemente, los expertos en historia del arte (y no los japonófilos) son los más calificados para poder explicar esta situación. Sin duda, mejor que este autor, que hasta la fecha sigue siendo asiduo lector de mangas. Sin embargo, si se me permite decir algo, creo que como todo tipo de expresiones artísticas (que se prestan a la comercialización), los mangas y los animes no tienen que presentar siempre una estricta expresión de la “realidad”.

En fin. Me disculpo por no poder brindar un comentario más concreto y para finalizar quisiera decir lo siguiente: creo que como no hay humanos que tengan ojos tan grandes como los mangas, tampoco existen cuerpos musculosos y cuadrados que suelen trazarse en los cómics de Marvell y DC Comics. Al fondo todas estas expresiones son concepciones distintas de aspectos humanos, que invitan necesariamente a un diálogo intercultural mayor.

6/12/2007

El comandante: algunas reflexiones

(Artículo publicado en Diario Monitor, 12 de junio de 2007)

Hace unos días tuve la oportunidad de ver, en una diminuta sala de Tokio, la cinta El Comandante (2003). Este largometraje hispano-estadounidense, dirigido por Oliver Stone, resume la larga entrevista que sostuvo, durante casi 30 horas, el polémico director estadounidense (quien en el pasado también se entrevistó con el Subcomandante Marcos) con Fidel Castro Ruz.

El contenido de la película es interesante y trata diferentes aspectos de la vida del longevo dirigente como su visión política, su relación con Ernesto Guevara, así como algunos aspectos de su vida personal como la lista de sus películas favoritas y las mujeres que han rodeado su vida. Dicho en otras palabras: lejos de ser una propaganda política o una crítica “constructiva”, esta cinta resume perfectamente la historia contemporánea de Cuba y muestra una faceta distinta de Fidel Castro.

Como era de esperarse, esta producción no sería del agrado de los grupos anti-castristas que radican en Miami. Así, salvo su presentación oficial en el Festival de Sundance (2003), el documental no sería exhibido en Estados Unidos por la influencia del lobby cubano. Inclusive, esta censura se ha mantenido en su comercialización y el propio gobierno de Washington ha determinado que no se pueda vender en Estados Unidos.

Desconozco si en México se haya proyectado ya la película, pero de acuerdo a los medios japoneses, El Comandante, se ha exhibido sólo en el Festival Internacional de Berlín (2003) y en pocos países “desarrollados” (España, Suecia, Reino Unido, Italia y Austria). De hecho, estoy sorprendido de que se haya proyectado en Japón (sin duda, una de las naciones más pro estadounidenses). Desgraciadamente, el espacio no es suficiente para seguir abundando más en el contenido de la película, pero en lo que resta de este espacio quisiera compartir con usted, amable lector, una breve reflexión que se me vino a la mente mientras veía a Fidel Castro.

Antes que nada, quisiera recalcar que no soy partidario de Castro y reconozco que su largo régimen de claras tendencias autoritarias ha llegado a un estancamiento y necesita cambios. De igual manera, lamento que el líder cubano no haya emprendido una reforma política que hubiera permitido no sólo la implementación de mejores garantías de libertad, sino también la construcción de un mecanismo institucional que permita una sucesión efectiva, después de que muera el camarada Fidel.

Empero, no dejo de reconocer algunos triunfos de la Revolución cubana. Aquel país que sirvió como escenario de las primeras películas de El Santo, el Enmascarado de Plata, y un lugar de distracción para muchos estadounidenses, no existe más y ahora tenemos una nación más igualitaria (esto no implica más libre). Igualmente, el sorprendente desarrollo educativo, y deportivo, así como los adelantos médicos que ha desarrollado el régimen de Castro son dignos de elogiar. Esta situación contrasta evidentemente con México en donde los gobiernos federales no han podido establecer programas sociales efectivos.

Ahora bien, Cuba también se diferencia claramente del régimen autoritario del generalísimo Kim Jong Il. De hecho, al ver El Comandante, no pude evitar la tentación de comparar a Fidel con el líder norcoreano. Ambos visten uniformes militares y enfrentan un aislamiento por sus malas relaciones con Estados Unidos, pero encuentro claras diferencias. Mientras que en Cuba, pese al bloqueo se mantiene una situación de equilibrio social, en Corea del Norte existe una desastrosa situación de hambruna, producto de las negligencias de las autoridades de Pyongyang.

Este ejercicio comparativo es interesante y es necesario un análisis más serio, pero hablando con algunas amistades japoneses que conocen bien el caso cubano, he encontrado comentarios interesantes, aunque no necesariamente convincentes. Por ejemplo, algunos me han externado que la diferencia crucial es la cultura, ya que no es lo mismo una nación afrocubana alegre que un país que mantiene un hermetismo cultural. Otros me dicen que la diferencia es el clima.

En lo personal no sé que es lo que defina la diferencia, pero creo que el apoyo externo que tienen el Comandante y el Generalísimo marca también la diferencia. Mientras que Castro aún tiene el apoyo de la izquierda latinoamericana, el régimen que construyó Kim Il Sung y hereda su hijo Kim Jong Il, ha perdido todo apoyo de la diminuta izquierda asiática y su permanencia está basada más en los intereses chinos en la Península coreana. Dicho de una manera simple: no es lo mismo la seducción que produce Revolución cubana que el “grotesco” nacionalismo norcoreano.

6/05/2007

¿Desaparecerá la maldición?

(artículo publicado en Diario Monitor, el 5 de junio de 2007)

A pesar de todas las condiciones democráticas que ostenta el sistema de partidos japonés de la posguerra, hay una situación que sigue sorprendiendo: el apabullante dominio de los conservadores. Esta fortaleza es tan abrumadora, que es difícil pensar, hoy en día, la posibilidad de que acontezca una alternancia en un futuro cercano. Empero, diametralmente opuesto a esto, el número de primeros ministros que han gobernado Japón durante la posguerra es excesivo. Desde agosto de 1945 hasta septiembre de 2006, 28 han dirigido las riendas de esta nación. Es decir, en promedio, cada 2.13 años hay un nuevo mandatario. Esto contrasta, obviamente, con el sistema presidencial mexicano que establece periodos fijos de 6 años, pero también con otros parlamentarismos como el inglés o el alemán, en donde el promedio de vida política de los jefes de gobierno es de 5.08 años y 6.33 años, respectivamente.

Empero, estos datos no son los únicos interesantes. Durante la posguerra existe una extraña “maldición”. Resulta que después de que un primer ministro logra sobrepasar un mandato de más de 5 años; su sustituto no logra aguantar más de 2 años. Hasta ahora esta “maldición” se ha cumplido en tres casos: Ichiro Hatoyama (1954-1956), Kakuei Tanaka (1972-1974) y Noboru Takeshita (1987-1989), quienes sustituyeron respectivamente a Shigeru Yoshida (1948-1954), Eisaku Sato (1964-1972) y Yasuhiro Nakasone (1982-1987).

¿Por qué ha ocurrido esto? Desgraciadamente, no hay ninguna explicación seria, pero viendo los tres casos, encontramos un patrón común. Salvo el caso de Hatoyama, cuya renuncia estuvo influenciada más por sus precarias condiciones de salud; en el caso de Tanaka y Takeshita, encontramos que sus salidas estuvieron ligadas claramente a escándalos políticos. De este modo, parece que hay una relación “causal” entre largos gobiernos y corrupción.

Ahora bien, actualmente, esta “maldición” parece amenazar al actual primer ministro Shinzo Abe, quien sustituyó a Jun’ichiro Koizumi (2001-2006). Si bien es prematuro decir que él saldrá del poder, nadie puede negar que su fuerza se ha desvanecido. De hecho, Abe comparte algunas semejanzas con Tanaka y Takeshita. Como ellos, Abe llegó al poder como una esperanza renovadora y con un ambicioso político, pero es necesario acotar que tiene mejores credenciales que sus antecesores. Abe tiene un capital familiar inigualable (es nieto de un primer ministro), es joven (es el mandatario más joven de la posguerra) y su partido tiene el 66% de los escaños de la Cámara Baja, suficientes para llevar acabo su ambicioso proyecto político: la reforma de la constitución.

En este sentido, Abe tiene mejores armas para enfrentar la “maldición”, pero viendo sus políticas de los últimos meses, no podemos cantar victoria. Abe ha sido un político sin chiste y poco inteligente. Igualmente, ha mantenido una constante imprudencia entorno a los errores del pasado y una negligencia hacia los actos de corrupción del PLD. A esto le podemos añadir, que ha fracasado rotundamente en implementar una reforma confiable al servicio de pensiones, que en los últimos años ha demostrado no sólo ser obsoleto e ineficiente, sino también corrupto. Para colmo, varios miembros de su gabinete, especialmente Toshikatsu Matsuoka, ministro de agricultura, ha sido vinculados con escándalos políticos.

De este modo, hace uno días, las encuestas de opinión mostraron que sólo un 39% apoya Abe, mientras que el 41% mantiene un rechazo hacia su gobierno. De mantenerse esta tendencia, en las próximas elecciones de la Cámara Alta, programadas para julio, el PLD podría tener un duro descalabro. Finalmente, el pasado lunes el 28 de mayo, la situación ha emperado: Matsuoka se suicida, dejando una clara sospecha de que estaba involucrado en casos de corrupción (es el primer suicidio de un ministro bajo la actual constitución). Los analistas estiman que esta muerte va a tener un efecto drástico en el electorado y las posibilidades de una derrota electoral del PLD son altas. Así, pese a que estos comicios no definen directamente la designación del primer ministro, un revés obligaría la renuncia de Abe, confirmándose de nuevo la “maldición”.

A guisa de conclusión, es prematuro saber qué pasara, pero es claro que si Abe no hace algo importante en este mes, nada podrá remediar la mala imagen de su gobierno. ¿Qué efectos tendría esto? Para muchos que detestan el nacionalismo de Abe, su salida es un respiro, pero implicará un claro fracaso del cambio generacional que se estaba dando dentro del PLD, lo cual puede traer el regreso de la vieja guardia, quienes son los responsables de los errores de la posguerra.