Hace 26 años, un 19 de septiembre, experimenté uno de los movimientos telúricos más devastadores de la historia de mis país. El terremoto de la Ciudad de México. Mi casa no sufrió daños. Ningún familiar murió por suerte. Recuerdo aún con gran claridad lo que pasó ese día. Tenía nueve años y estaba en el coche, con mi madre. Comenzó a temblar y el automóvil osciló como un barco en altamar. Los postes de luz, los semáforos, el Hospital Humana (actualmente Ángeles), todo se estaba tambaleando. Después, vino una extraña calma.
Las siguieron horas transcurrieron con normalidad. En el colegio no se suspendieron clases. El sur de la Ciudad de México no había pasado nada. Sin embargo, al llegar a casa, me di cuenta que ese temblor había sido devastador. Televisa, esa nefasta cadena televisión privada y símbolo del autoritarismo priísta, había dejado de existir. Jacobo Zabludovsky, el muñeco ventrílocuo del PRI, lloraba frente a las cámaras: ¡Televisa está destruido! ¡México está destruido! Días posteriores, la sociedad civil mexicana salió a las calles. Miles de jóvenes salieron a salvar a las víctimas, porque el negligente gobierno de Miguel De la Madrid había sido incapaz de hacer algo…
Las siguieron horas transcurrieron con normalidad. En el colegio no se suspendieron clases. El sur de la Ciudad de México no había pasado nada. Sin embargo, al llegar a casa, me di cuenta que ese temblor había sido devastador. Televisa, esa nefasta cadena televisión privada y símbolo del autoritarismo priísta, había dejado de existir. Jacobo Zabludovsky, el muñeco ventrílocuo del PRI, lloraba frente a las cámaras: ¡Televisa está destruido! ¡México está destruido! Días posteriores, la sociedad civil mexicana salió a las calles. Miles de jóvenes salieron a salvar a las víctimas, porque el negligente gobierno de Miguel De la Madrid había sido incapaz de hacer algo…
La verdad no pensé que volvería a experimentar un nuevo sufrimiento de esa magnitud, pero finalmente ha sido mi destino. El 11 de marzo tembló en Japón. Un terremoto de 9.0 grados en la escala de Richter devastó a una nación entera; a un país, preparado para terremotos y tsunamis; a la tercera economía mundial.
El gobierno central ha sido incapaz de controlar el caos. El gobernador de Tokio, Shintaro Ishihara, no hace nada más que decir estupideces. Dice que todo fue un castigo divino. ¡Por favor, no vivimos en el Era Nara (710-794)! El derechista periódico Sankei ha perdido la noción de la objetividad. Para colmo, el dueño de los Gigantes de Yomiuri se niegan a posponer el inicio de la temporada de béisbol. Jugar tres partidos en el Domo de Tokio podría colapsar a esta gran metrópolis. Va a sacrificar toda la luz ahorrada por los habitantes de Tokio durante esta terrible semana.
La lista de cosas nefastas no termina. La primera oposición, el Partido Liberal Demócrata le ha echado toda la culpa al oficialista Partido Demócrata Japonés por su incapacidad en sobrepasar la crisis de las plantas nucleares de Fukushima. Sin duda tiene razón, pero esta organización también ha sido responsables de lo que está sucediendo allá. Estos señores pusilánimes han sido los que han gobernado a su antojo a este país desde la posguerra por casi 55 años y fueron ellos, quienes construyeron esas plantas. Una banda de cobardes, como la mayoría de los políticos de este país.
A pesar de todo, el primer ministro Naoto Kan dista mucho de lo que fue el presidente Miguel De la Madrid durante el terremoto de la Ciudad de México. La información del gobierno japonés es más transparente que la del gobierno mexicano de la década de 1980. Japón es más sólido que aquel México (y probablemente que el actual también) Parece que las cosas no están jodidas por completo.
¿Qué futuro le depara a Japón? No lo sé. Ojalá pudiera dar un pronóstico.
Algo que sí sé, es que el futuro está en manos de la sociedad civil. Es hora de que los japoneses cambien a su país. No importa si oscilan a la derecha o a la izquierda, es hora de un gobierno responsable.
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