10/03/2007

Fukuda y el sudeste de Asia: tiempos de redefinición

(Artículo publicado en Diario Monitor, el 2 de octubre de 2007)

El 18 agosto de 1977, en la ciudad de Manila, el entonces primer ministro Takeo Fukuda (1976-1978), padre del actual mandatario japonés, Yasuo Fukuda, anuncia las directrices que seguirá Japón hacia el sudeste de Asia, señalando, básicamente, que su país 1) no buscará volverse en una potencia militar y contribuirá a la paz, así como la prosperidad mundial; 2) tratará igualitariamente a los países del sudeste de Asia con el fin de contribuir a su desarrollo y fungir, al mismo tiempo, como un “puente” entre Indochina y la Asociación de Naciones del Sudeste de Asia (ANSEA); y 3) buscará la construcción de una relación que permita unir los “corazones” de los japoneses y los pueblos del sudeste de Asia.

Esta arenga representó un hecho singular, ya que por “primera vez”, Japón buscó establecer una responsabilidad abierta hacia el Asia-Pacífico. Aunque también hay que acatar que fue una maniobra política para sobrepasar la terrible crisis que aquejaba en ese entonces al gobernante Partido Liberal Demócrata (PLD). Sin embargo, para mala fortuna de Fukuda, la Doctrina Fukuda (como bautizó la prensa este discurso diplomático) no le ayudó a mantenerse en el poder ni le redituó tampoco en un éxito inmediato, ya que no pudo contener el radicalismo de Vietnam y evitar que el ejército vietnamita invadiera Camboya.

En este sentido, muchos han considerado a la Doctrina Fukuda como un fracaso, pero la realidad no fue tan negra. Japón nunca renunció a ser un actor de mediación en el sudeste de Asia y el espíritu fraternal se mantuvo. Por ejemplo, pese al radicalismo que mantuvo Vietnam, Japón no rompió relación con Hanoi. Igualmente, buscó fomentar el diálogo para la paz en Camboya y mantuvo siempre la ayuda económica hacia ANSEA. Inclusive, no condicionó nunca esta asistencia, pese a la clara existencia de violaciones a los derechos humanos en estos países. Finalmente, en los años 90, Japón tendría una papel primordial en la pacificación de Camboya y contribuiría también a subsanar los problemas que ocasionó la Crisis Asiática de 1997.

Empero, no todo fue positivo. Japón siguió sin priorizar el problema de los derechos humanos en su política hacia el sudeste de Asia como lo han hecho los otros países “desarrollados”. Prueba de eso es la relación “especial” que han mantenido las autoridades de Tokio con Myanmar (Birmania).

Después del golpe militar de 1988, Japón ha mantenido un constante flujo de ayuda, sin importar la abierta violación de los derechos humanos y no ha manifestado una postura crítica hacia la detención domiciliaria de la principal figura opositora, Aung San Suu Kyi. De hecho, Tokio ha tratado de emular el espíritu de la Doctrina Fukuda y ha buscado fungir como el puente entre Rangún y “Occidente”. Sin embargo, por presiones internas y de los propios “países desarrollados”, en el 2003, Japón no tendría otra alternativa que congelar la asistencia económica hacia Myanmar hasta que mejoren las condiciones de los derechos humanos, pero se negaría, rotundamente, a establecer un embargo económico y castigar políticamente al gobierno militar.

Ahora bien, este postura de diálogo enfrenta un nuevo reto, después de los recientes incidentes de represión en Myanmar, en donde han fallecido varios monjes budistas y también un fotógrafo japonés. La prensa y los diferentes grupos políticos han exigido una postura más enérgica hacia Rangún, pero el viraje no es tan simple. Atacar a Myanmar implicaría romper con el espíritu de la Doctrina Fukuda y, al mismo tiempo, enfrentarse con China, ya que este país ha sido uno de los principales impulsores del gobierno militar. Ante esto, el primer ministro Fukuda ha anunciado que Japón mantendrá una postura de diálogo, pero todo indica que este intento no servirá mucho.

A guisa de conclusión, actualmente, Fukuda enfrentan un momento de decisión importante, ya que tiene que redefinir la Doctrina que estableció su padre hace 30 años y hacerla compatible con las necesidades actuales, especialmente incorporando la lucha por los derechos humanos. De hecho, por la poca maniobra interna que tiene actualmente el mandatario japonés, las posibilidades de que lance una Nueva Doctrina Fukuda son plausibles. Sin embargo, este viraje se tiene que hacer con responsabilidad y no favorecer sólo a los deseos de las potencias europeas y Estados Unidas, ya que el día que Japón renuncie a ser el puente entre Asia y “Occidente”, en ese momento perderá el único atractivo que tiene su diplomacia.

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