10/23/2007

Los modales en el tren: los límites de la intolerancia

(Por cuestiones técnicas de Diario Monitor, este artículo saldrá publicado el próximo 30 de octubre de 2007)

En esta cavilación quisiera comentar con usted, estimado lector, una percepción personal que tengo sobre los trenes. Espero no le incomode.

Antes que todo, quisiera mencionar un dato estadístico. De acuerdo al último censo del Ministerio de Transportes, alrededor de unos 40 millones de personas utilizan diariamente los trenes en la Región Capital Nacional (que comprende Tokio la mayor parte del valle de Kanto). Esto es una cifra monstruosa, si consideramos que la población del valle de Kanto es de 40 millones y es más impresionante, si la comparamos con los 3.9 millones de usuarios diarios que tiene el Sistema Metropolitano de Transporte de la Ciudad de México.

Ahora bien, pese al enorme número de personas, los trenes son sumamente eficientes y ayudan a evitar la emisión de contaminantes (aunque esto no implica que Tokio esté bien planificado, pero es menos caótico que el DF). Sin embargo, las empresas de trenes no han podido escaparse de un problema crucial: las repercusiones sociales que genera la existencia de millones usuarios. De hecho, salvo los turistas extranjeros que disfrutan el “exotismo” de esta gran urbe, la mayoría de sus habitantes viven un estrés innecesario en los tres y este aumenta exponencialmente en las horas pico.

Ante esta situación, las diversas empresas han buscado establecer algunas soluciones. Por ejemplo, se han buscado eliminar los asientos para ampliar el confort, pero esto sólo ha favorecido a las empresas de trenes, ya que pueden meter un mayor número de personas, haciendo de los vagones una lata de sardinas. Igualmente, las autoridades han exhortado a evitar las horas picos, pero esto ha sido imposible. Asimismo, han creado vagones exclusivos para la mujeres con el fin de reducir el acoso sexual, pero sin mucho éxito.

Finalmente, desde hace varios años, la Asociación Japonesa de Empresas de Trenes ha buscado “reeducar” a los pasajeros y crear un ambiente más cordial. Y para hacerlo, ha decidido emprender cada otoño, una encuesta para detectar cuál conducta es la que los usuarios perciben como más problemática. Con base en estos datos, la Asociación busca en un futuro, crear normas más efectivas dentro de los trenes. Pero, qué conductas son las más problemáticas.

Para ilustrar esto, quisiera mencionar los datos que arrojó la encuesta el año pasado. En orden descendiente las conductas más problemáticas son las siguientes: 1) la forma de sentarse (12.9%); 2) el uso del celular (12.2%); 3) el sonido que se escapa de los audífonos (11.3%); 4) los malos modales al subirse al tren (10.2%); 5) la forma de portar las maletas (9.6%); 6) hablar o conversar fuerte (7.8%); 7) que las mujeres se maquillen (6.9%); 8) sentarse en el piso (4.7%); 9) comer en el tren (4.5%); 10) la poca colaboración de los usuarios hacia la belleza del ambiente público (4.5%).

En lo personal estoy de acuerdo con muchas de estas percepciones. Por ejemplo, es molesto que algunas personas ocupen los asientos reservados para los ancianos y discapacitados. Igualmente, la forma como se suben muchos al tren es ofensivo. Empero, hay otras percepciones que me parecen sumamente intolerantes, especialmente la aversión que tienen los japoneses hacia el ruido. Además, hay que señalar que muchas de estas conductas rebasan las decisiones de los propios usuarios.

En primer lugar, creo que es una postura sumamente moralista criticar a las mujeres que se maquillan. De hecho, mientras no manchen a otra persona, no es problemático. Esto también se aplica hacia la comida. Además, si realmente consideran que es molesto el olor de comida, los usuarios deben demandar a las empresas de trenes que suspendan la venta de comida en las estaciones. Por lo que toca al sonido de los audífonos, dado que nada puede parar la venta de los reproductores portátiles, los usuarios deben exigir el desarrollo de audífonos que aíslen el sonido.

En el caso de los celulares, es algo complejo. Una opción es instalar un sistema dentro de los vagones que aísle la señal de estos aparatos, aunque esto implicaría dejar “incomunicada” a millones de personas, generando hasta pérdidas millonarias. Dado que esto es imposible, probablemente, la única opción sea la promoción de una campaña nacional para fomentar el uso correcto “correcta” del celular (aunque no sé si funcione).

Para finalizar, quisiera decir lo siguiente: la situación de inconformidad que prevalece entorno a los trenes es un problema social que necesita solucionarse, pero su solución debe basarse siempre en la tolerancia y el respeto a la pluralidad. Veamos cómo actúan, las generaciones longevas e intolerantes que siguen gobernando este país.

10/16/2007

La cultura japonesa y sus demonios

(Artículo publicado en Diario Monitor el 16 de octubre de 2007)

“Japón es un país único”. Esta frase simple, pero, al mismo tiempo, arrogante ha sido un elemento vital del Nihonjin-ron: “ideología” que suelen usar muchos japoneses (y extranjeros) para explicar por qué la modernización de Japón ha sido distinta (o superior) a la que ha ocurrido en “Occidente” (Europa y Estados Unidos), así como para justificar la supremacía japonesa frente a los otros países asiáticos. Sin embargo, muchos de estas explicaciones carecen de sustento histórico y no son análisis comparados serios. Dicho de una manera más burda, el Nihonjin-ron representa un “fundamentalismo barato”.

Por tal motivo, los estudiosos más críticos han sostenido que es difícil hablar de una unicidad cultural. Inclusive, los más radicales señalan que la nación japonesa, como concepto cultural, no tiene más de dos siglos. Empero esta percepción es errónea. Como lo ha sostenido el historiador Yoshihiko Amino, la evidencia documental es clara: desde el año 689 los habitantes del archipiélago (por lo menos la elite) han denominado a este conjunto de islas como “Japón”, diferenciándose claramente de los otros “países” de la región.

Ahora bien, paralelamente a esta idea de la unicidad cultural, existe un elemento contradictorio que ha moldeado la identidad japonesa moderna. Me estoy refiriendo a la presencia de Estados Unidos como un “intruso cultural”. De hecho, no es la primera vez que una cultura extranjera “cohabita” con la japonesa. Por ejemplo, en el pasado, China, Corea, Portugal y Holanda cambiaron, en gran medida, la fisonomía de Japón. Sin embargo, ninguno de estos países ha superado la presencia que tiene hoy en día Estados Unidos. Hay que recordar que este país ha sido el único que ha logrado dominar militarmente a Japón.

Por está razón, este tema del “intruso” ha ocupado un espacio de reflexión continuo en diversos espacios y dentro de esta gama de “literatura”, una obra que ha llamado mi atención, es el nuevo libro de la dupla cómica Bakusho Mondai, El Sol y el Arroz (Nichi to Kome). En esta obra, Hikari Ota y Yuji Tanaka se “burlan”, específicamente, de la “trágica” y “humillante”, pero “especial” relación bilateral entre Japón (Nichi=Sol) y Estados Unidos (Kome=Arroz). Y para hacerlo, recurren al Manzai: un género cómico que se basa en un continuo diálogo entre el Boke (la parte que está encargada de decir los chistes y alejar al diálogo de la realidad), interpretado por Ota, y el Tsukkomi (encargado de centrar el diálogo en la realidad y servir como la antitesis de la parte cómica), interpretado por Tanaka.

Cabe destacarse que no es la primera vez que esta dupla emprende este ejercicio. Desde su debut en 1988, se han dedicado a mofarse de los eventos históricos, así como de los diversos “héroes” de la historia japonesa. Inclusive, se han burlado de un tema espinosos que son las guerras que ha participado Japón en su historia moderna. Pero, regresando el argumento al libro El Sol y el Arroz; en esta obra, Bakusho Mondai retoman claramente la idea de Estados Unidos como un “intruso cultural”, pero reconocen al mismo tiempo, la parte “positiva” que ha tenido esta “trágica situación”.

Por ejemplo, en el primer capítulo de libro analizan, el extraño encuentro entre Japón y Estados Unidos, ocurrido en la segunda mitad del siglo XIX, mostrando cómo esta situación redituaría, finalmente, en la “apertura” de Japón al exterior. Otro tema interesante que tratan son los históricos encuentros que sostuvieron la Liga Japonesa de Béisbol y las Grandes Ligas en los años 30, en donde la última dejaría una enorme enseñanza a las posteriores generaciones de jugadores japoneses. Igualmente, la dupla analiza la imagen racista que manejó Estados Unidos de los japoneses durante los años 40 (la imagen de los japoneses como simios). Asimismo, un tema que no puede quedar al margen del análisis es la ocupación estadounidenses y las arbitrariedades que trajo esta en los años posteriores. Finalmente la dupla muestra de una manera interesante, cómo el Tokio Disneyland (inaugurado en 1983), la prueba más clara del imperialismo cultural estadounidense, ha logrado una aceptación inusual dentro de la sociedad japonesa.

Para finalizar, quisiera señalar lo siguiente. Al leer El Sol y el Arroz uno puede concluir que existe una lucha continua entre un “Japón” que ama a Estados Unidos y otro “Japón” que es una “víctima”, que siempre ha sido humillado por un “amigo” (Estados Unidos) que nunca lo ha visto como ente igual. Obviamente, esta problemática, no es una situación única de Japón. Basta ver la historia moderna de México para constatar esto, pero eso es otro tema de reflexión.

10/09/2007

La crisis del Sumo: un breve análisis

(Artículo publicado en Diario Monitor, el 9 de octubre de 2007)

El Sumo (Ozumo) es uno de los “deportes” naciones más emblemáticos de Japón y, probablemente, el más antiguo. Algunos estudiosos consideran que tiene más de 2 mil años. Sin embargo, el Ozumo moderno no es tan viejo. Data del periodo Edo (1604-1867).

Por lo que toca a los elementos que caracterizan a este “deporte”, podemos resumirlos de la siguiente manera. Primero, cualquier luchador (rikishi) está obligado a ingresar a un beya (cuarto). Ahí, obtiene un nombre especial y, al mismo tiempo, recibe la supervisión y “cariño” del oyakata (dueño del cuarto), quién lo entrenará durante toda su vida profesional. Aunado a lo anterior, existen algunos requisitos mínimos para ser luchador.

Antes que todo, es necesario pasar un examen médico, así como medir más de 1.67 metros y pesar más de 67 kilos. Igualmente, por ordenes directas del Ministerio de Educación, todos los luchadores tienen que haber terminado la educación obligatoria (primaria y secundaria). Finalmente, no hay requisitos de nacionalidad. La Federación Japonesa de Ozumo permite a los oyakatas reclutar a sus aprendices libremente. De hecho, actualmente, un 25% de los luchadores son extranjeros.

Otra característica importante del Ozumo es la existencia de jerarquías entre los rikishis. Esta jerarquización no está basada en diferencias de pesos como en el boxeo, sino en la experiencia acumulada por cada luchador. Es decir, por más que un joven rikishi tenga un talento innato, no puede ascender de inmediato a las jerarquías mayores y es necesario que acumulen triunfos. Así, sólo pocos logran obtener el codiciado puesto de yokuzuna, así como adquirir jugosos premios y patrocinios.

Finalmente, una de las características más notorias es la arena circular (dohyo) en donde se lleva acabo la lucha. En dicho lugar se colocan dos rikishis y el primero que toque el suelo con alguna parte de su cuerpo a excepción de sus pies queda eliminado. Igualmente, el que haga contacto con el exterior del dohyo queda eliminado. En suma, el Ozumo representa un “deporte” sumamente “exótico”.

Ahora bien, en los últimos años el Sumo enfrenta una gran crisis. Dado el poco espacio que me queda quisiera señalar su problemática actual, comenzando con un poco de historia.

Como es sabido, después del fin de la Guerra del Asia-Pacífico (1941-1945), Japón quedaría devastado. Así, la hambruna y la pobreza resultarían un problema de escala nacional. Finalmente, Japón lograría recuperarse y en este proceso, el Ozumo tendía un lugar especial. Este “deporte”, junto con el béisbol representarían una válvula de escape para salir de la pobreza. Así, en los años 50 y 60, miles de jóvenes se enrolarían en los beyas. Muchos no lograrían triunfar, pero los que lo lograron, ganarían mucho dinero.

Empero, este “sueño japonés” comenzaría a cambiar abruptamente en el decenio de los 80. El alto crecimiento económico permitiría mejorar las condiciones de miles de jóvenes, redituando en una disminución del interés por el Ozumo. Además, al decrecer igualmente la taza de natalidad, se daría una disminución paulatina de nuevos rikishis. Asimismo, la diversificación deportiva, especialmente el aumento notorio de nuevos deportes más “atractivos” como el fútbol o el tenis, provocaría también la disminución del número de practicantes de Ozumo.

Finalmente, esta falta de rikishis desembocaría en un aumento de luchadores extranjeros, quienes generalmente, provienen de países más pobres que Japón. Esta situación ha traído, por un lado, una sana competencia y pluralidad, pero, por otro lado, la internacionalización ha provocado que muchos elementos tradiciones que habían rodeado a la cultura del Sumo se perdieran, especialmente el “respeto”. El caso más notorio ha sido Asashoryu, yokosuna de origen mongol. Este rikishi es uno de los más fuertes de la historia, pero no ha sabido comportarse como indican los cánones y actualmente está suspendido por sus problemas de comportamiento.

Sin embargo, el mayor problema que enfrenta el Ozumo no es la internacionalización ni la diversificación deportiva. El gran problema es la estructura arcaica y cerrada que tiene la Federación Japonesa de Ozumo. Los máximos dirigentes no han podido transformar al Ozumo en un deporte moderno. El ejemplo más claro ha sido la misteriosa muerte de un joven rikishi en los últimos meses. Este joven fue literalmente apaleado por su oyakata y la Federación no hizo nada. Esto ha puesto en tela de juicio la esencia real del “deporte nacional” más viejo de Japón. Esperemos, que los dirigentes logren cambiar.

10/03/2007

Fukuda y el sudeste de Asia: tiempos de redefinición

(Artículo publicado en Diario Monitor, el 2 de octubre de 2007)

El 18 agosto de 1977, en la ciudad de Manila, el entonces primer ministro Takeo Fukuda (1976-1978), padre del actual mandatario japonés, Yasuo Fukuda, anuncia las directrices que seguirá Japón hacia el sudeste de Asia, señalando, básicamente, que su país 1) no buscará volverse en una potencia militar y contribuirá a la paz, así como la prosperidad mundial; 2) tratará igualitariamente a los países del sudeste de Asia con el fin de contribuir a su desarrollo y fungir, al mismo tiempo, como un “puente” entre Indochina y la Asociación de Naciones del Sudeste de Asia (ANSEA); y 3) buscará la construcción de una relación que permita unir los “corazones” de los japoneses y los pueblos del sudeste de Asia.

Esta arenga representó un hecho singular, ya que por “primera vez”, Japón buscó establecer una responsabilidad abierta hacia el Asia-Pacífico. Aunque también hay que acatar que fue una maniobra política para sobrepasar la terrible crisis que aquejaba en ese entonces al gobernante Partido Liberal Demócrata (PLD). Sin embargo, para mala fortuna de Fukuda, la Doctrina Fukuda (como bautizó la prensa este discurso diplomático) no le ayudó a mantenerse en el poder ni le redituó tampoco en un éxito inmediato, ya que no pudo contener el radicalismo de Vietnam y evitar que el ejército vietnamita invadiera Camboya.

En este sentido, muchos han considerado a la Doctrina Fukuda como un fracaso, pero la realidad no fue tan negra. Japón nunca renunció a ser un actor de mediación en el sudeste de Asia y el espíritu fraternal se mantuvo. Por ejemplo, pese al radicalismo que mantuvo Vietnam, Japón no rompió relación con Hanoi. Igualmente, buscó fomentar el diálogo para la paz en Camboya y mantuvo siempre la ayuda económica hacia ANSEA. Inclusive, no condicionó nunca esta asistencia, pese a la clara existencia de violaciones a los derechos humanos en estos países. Finalmente, en los años 90, Japón tendría una papel primordial en la pacificación de Camboya y contribuiría también a subsanar los problemas que ocasionó la Crisis Asiática de 1997.

Empero, no todo fue positivo. Japón siguió sin priorizar el problema de los derechos humanos en su política hacia el sudeste de Asia como lo han hecho los otros países “desarrollados”. Prueba de eso es la relación “especial” que han mantenido las autoridades de Tokio con Myanmar (Birmania).

Después del golpe militar de 1988, Japón ha mantenido un constante flujo de ayuda, sin importar la abierta violación de los derechos humanos y no ha manifestado una postura crítica hacia la detención domiciliaria de la principal figura opositora, Aung San Suu Kyi. De hecho, Tokio ha tratado de emular el espíritu de la Doctrina Fukuda y ha buscado fungir como el puente entre Rangún y “Occidente”. Sin embargo, por presiones internas y de los propios “países desarrollados”, en el 2003, Japón no tendría otra alternativa que congelar la asistencia económica hacia Myanmar hasta que mejoren las condiciones de los derechos humanos, pero se negaría, rotundamente, a establecer un embargo económico y castigar políticamente al gobierno militar.

Ahora bien, este postura de diálogo enfrenta un nuevo reto, después de los recientes incidentes de represión en Myanmar, en donde han fallecido varios monjes budistas y también un fotógrafo japonés. La prensa y los diferentes grupos políticos han exigido una postura más enérgica hacia Rangún, pero el viraje no es tan simple. Atacar a Myanmar implicaría romper con el espíritu de la Doctrina Fukuda y, al mismo tiempo, enfrentarse con China, ya que este país ha sido uno de los principales impulsores del gobierno militar. Ante esto, el primer ministro Fukuda ha anunciado que Japón mantendrá una postura de diálogo, pero todo indica que este intento no servirá mucho.

A guisa de conclusión, actualmente, Fukuda enfrentan un momento de decisión importante, ya que tiene que redefinir la Doctrina que estableció su padre hace 30 años y hacerla compatible con las necesidades actuales, especialmente incorporando la lucha por los derechos humanos. De hecho, por la poca maniobra interna que tiene actualmente el mandatario japonés, las posibilidades de que lance una Nueva Doctrina Fukuda son plausibles. Sin embargo, este viraje se tiene que hacer con responsabilidad y no favorecer sólo a los deseos de las potencias europeas y Estados Unidas, ya que el día que Japón renuncie a ser el puente entre Asia y “Occidente”, en ese momento perderá el único atractivo que tiene su diplomacia.