(Texto publicado en Diario Monitor, 5 de diciembre de 2006)
Una extraña “maldición” ha perseguido a los mandatarios de la posguerra. Los gobernantes que suceden a largas administraciones, no aguantan mucho tiempo en el poder. Por ejemplo, Ichiro Hatoyama (1954-1957), quien reemplaza a Shigeru Yoshida (1948-1954), tiene una estadía corta en el gobierno. De igual manera, Kakuei Tanaka (1972-1974), quien sucede a Eisaku Sato (1964-1972), se mantiene sólo 2 años en el poder. Finalmente, Noboru Takeshita (1987-1989), sucesor de Yasuhiro Nakasone (1982-1987) no logra trascender.
Para los que estamos acostumbrados a que los gobiernos duren 6 años, esta situación resulta “exótico”. De hecho, han habido gobiernos que han durado menos, como el de Tsutomu Hata (64 días) o el de Sosuke Uno (69 días). No es una situación para alarmarse. Es una característica común de los parlamentarismos. Empero, el caso japonés es “diferente, ya que una misma organización ha gobernado siempre.
Ahora bien, las causas de esta “maldición” no han sido analizados de manera sistemática. Finalmente, para muchos no importa quién gobierne, ya que el PLD siempre está en el poder. Esta situación es lo mismo que aconteció en México durante la hegemonía del PRI (y quién sabe a lo mejor se dé ahora una del PAN). Pero regresando el argumento al caso de Japón, hay algunas elementos comunes.
En primer lugar, los gobernantes que suceden a los largos gobiernos, tienden a enfrentar la sobra de su antecesor, especialmente su legado. De hecho, Yoshida, Sato y Nakasone fueron líderes carismáticos que entregaron resultados importantes (el Tratado de Paz de San Francisco, el principio antinuclear y la reforma neoliberal). Así, los nuevos mandatarios suelen enfrentar un legado insuperable y tienden a fracasar al tratar de superarlo. Hatoyama, por ejemplo, no logra cambiar la Constitución pacifista que impulsa Yoshida. De igual manera, Tanaka no puede crear un esquema alternativo de crecimiento. Asimismo, la reforma neoliberal de Takeshita, especialmente la impositiva, resulta un fiasco.
Otro punto que comparten los nuevos mandatarios es, que los gobiernos de larga duración que los anteceden, tienden a aprisionar a muchos intereses y cuando ocurre la sucesión, la “Caja de Pandora” se abre sacando a los “demonios”, siendo la corrupción el más importante. Esto se puede observar claramente en los gobiernos de Tanaka y Takeshita, probablemente los gobernantes más corruptos que ha tenido Japón.
Un último punto es que los nuevos mandatarios suelen enfrentar cambios importantes dentro del sistema internacional que los obliga a replantear la política exterior y por tanto, no pueden implementar las políticas que desean. Por ejemplo, Tanaka enfrenta el regreso de China al sistema internacional y la Crisis del Petróleo, así como el “declive” de la hegemonía de Estados Unidos en el Asia-Pacífico. Por su parte, Takeshita tiene que lidiar con el fin de la Guerra fría y el reordenamiento económico que trajo el desarrollo acelerado de sus vecinos.
En suma, los nuevos mandatarios que suceden a largos gobiernos están expuesto a demasiados retos, lo cual aumenta la probabilidad de que sus gobiernos sean cortos. Ahora bien, por qué menciono esto. La situación que vive el actual primer ministro Abe, aunque con sus diferencias, tiene muchas similitudes con los gobiernos de Hatoyama, Tanaka y Takeshita.
Hay que recordar que su antecesor, Jun’ichiro Koizumi (2001-2006) logró mantener un gobierno de 5 años, bajo un lema reformador y un fuerte carisma, aunque con entreguismo hacia Estados Unidos y un nacionalismo irresponsable. Ante esto, Abe ha planteado un proyecto distinto, pero difícil de aplicar en la realidad. Dicho de otra manera, enfrenta de nuevo a la “maldición”. Tiene que derrotar al fantasma de un gobierno que hizo recuperar la economía, pero con un alto costo social: la desigualdad. Tiene un enemigo extraño que es Norcorea, una China que ahora es el primer socio comercial de Japón y un gobierno republicano en Washington sumergido en una crisis.
Es demasiado precipitado decir qué le esperará a Abe, mucho menos predecir su salida, pero parece que como el gris Calderón, el legado de su antecesor es tan grande que no se ve por dónde pueda salir de esta situación. Por ahora, los índices de apoyo siguen estando en 50, pero son menores que en octubre, cuando eran de casi 70. Y si no hay medidas que mejoren la política social, no se ve un buen futuro para Abe, Los japoneses quieren la garantía de que tendrán una situación más equitativa en su vida futura. Una aspiración, por cierto, que comparten millones de mexicanos y que esperan que Calderón no les falle como la “burla” que fue Fox.
Una extraña “maldición” ha perseguido a los mandatarios de la posguerra. Los gobernantes que suceden a largas administraciones, no aguantan mucho tiempo en el poder. Por ejemplo, Ichiro Hatoyama (1954-1957), quien reemplaza a Shigeru Yoshida (1948-1954), tiene una estadía corta en el gobierno. De igual manera, Kakuei Tanaka (1972-1974), quien sucede a Eisaku Sato (1964-1972), se mantiene sólo 2 años en el poder. Finalmente, Noboru Takeshita (1987-1989), sucesor de Yasuhiro Nakasone (1982-1987) no logra trascender.
Para los que estamos acostumbrados a que los gobiernos duren 6 años, esta situación resulta “exótico”. De hecho, han habido gobiernos que han durado menos, como el de Tsutomu Hata (64 días) o el de Sosuke Uno (69 días). No es una situación para alarmarse. Es una característica común de los parlamentarismos. Empero, el caso japonés es “diferente, ya que una misma organización ha gobernado siempre.
Ahora bien, las causas de esta “maldición” no han sido analizados de manera sistemática. Finalmente, para muchos no importa quién gobierne, ya que el PLD siempre está en el poder. Esta situación es lo mismo que aconteció en México durante la hegemonía del PRI (y quién sabe a lo mejor se dé ahora una del PAN). Pero regresando el argumento al caso de Japón, hay algunas elementos comunes.
En primer lugar, los gobernantes que suceden a los largos gobiernos, tienden a enfrentar la sobra de su antecesor, especialmente su legado. De hecho, Yoshida, Sato y Nakasone fueron líderes carismáticos que entregaron resultados importantes (el Tratado de Paz de San Francisco, el principio antinuclear y la reforma neoliberal). Así, los nuevos mandatarios suelen enfrentar un legado insuperable y tienden a fracasar al tratar de superarlo. Hatoyama, por ejemplo, no logra cambiar la Constitución pacifista que impulsa Yoshida. De igual manera, Tanaka no puede crear un esquema alternativo de crecimiento. Asimismo, la reforma neoliberal de Takeshita, especialmente la impositiva, resulta un fiasco.
Otro punto que comparten los nuevos mandatarios es, que los gobiernos de larga duración que los anteceden, tienden a aprisionar a muchos intereses y cuando ocurre la sucesión, la “Caja de Pandora” se abre sacando a los “demonios”, siendo la corrupción el más importante. Esto se puede observar claramente en los gobiernos de Tanaka y Takeshita, probablemente los gobernantes más corruptos que ha tenido Japón.
Un último punto es que los nuevos mandatarios suelen enfrentar cambios importantes dentro del sistema internacional que los obliga a replantear la política exterior y por tanto, no pueden implementar las políticas que desean. Por ejemplo, Tanaka enfrenta el regreso de China al sistema internacional y la Crisis del Petróleo, así como el “declive” de la hegemonía de Estados Unidos en el Asia-Pacífico. Por su parte, Takeshita tiene que lidiar con el fin de la Guerra fría y el reordenamiento económico que trajo el desarrollo acelerado de sus vecinos.
En suma, los nuevos mandatarios que suceden a largos gobiernos están expuesto a demasiados retos, lo cual aumenta la probabilidad de que sus gobiernos sean cortos. Ahora bien, por qué menciono esto. La situación que vive el actual primer ministro Abe, aunque con sus diferencias, tiene muchas similitudes con los gobiernos de Hatoyama, Tanaka y Takeshita.
Hay que recordar que su antecesor, Jun’ichiro Koizumi (2001-2006) logró mantener un gobierno de 5 años, bajo un lema reformador y un fuerte carisma, aunque con entreguismo hacia Estados Unidos y un nacionalismo irresponsable. Ante esto, Abe ha planteado un proyecto distinto, pero difícil de aplicar en la realidad. Dicho de otra manera, enfrenta de nuevo a la “maldición”. Tiene que derrotar al fantasma de un gobierno que hizo recuperar la economía, pero con un alto costo social: la desigualdad. Tiene un enemigo extraño que es Norcorea, una China que ahora es el primer socio comercial de Japón y un gobierno republicano en Washington sumergido en una crisis.
Es demasiado precipitado decir qué le esperará a Abe, mucho menos predecir su salida, pero parece que como el gris Calderón, el legado de su antecesor es tan grande que no se ve por dónde pueda salir de esta situación. Por ahora, los índices de apoyo siguen estando en 50, pero son menores que en octubre, cuando eran de casi 70. Y si no hay medidas que mejoren la política social, no se ve un buen futuro para Abe, Los japoneses quieren la garantía de que tendrán una situación más equitativa en su vida futura. Una aspiración, por cierto, que comparten millones de mexicanos y que esperan que Calderón no les falle como la “burla” que fue Fox.
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