Después de varias semanas, hace unos ocho días justamente, logré
obtener mi licencia de manejo. ¿Por qué lo hice? Eso lo explicaré en algunas
cavilaciones futuras. Hoy quisiera narrar mis peripecias de los pasados días.
※
Antes que todo, quisiera recalcar lo siguiente. Durante los once
años de residencia en Japón, nunca había pasado por mi cabeza la idea de
tramitar una licencia de manejo ni mucho menos manejar en este país. Por lo
menos, no en Tokio. En esta gran urbe no hay necesidad de hacerlo, ya que los
medios de transporte público son tan buenos que uno puede vivir sin un coche y
trasladarse con relativa facilidad a cualquier parte. Además, un auto no es
barato. Claro existen carros usados asequibles, pero su mantenimiento resulta
caro. Pero también existe otro problema. En Tokio, no hay lugares en dónde
estacionarse. Está prohibido hacerlo en la calle cercana a nuestra casa. Por lo
tanto, en caso de carecer de un estacionamiento propio, uno tiene que invertir
en promedio veinte mil yenes (doscientos cincuenta dólares aproximadamente) al
mes para arrendar un aparcamiento (normalmente está lejos de nuestro hogar). En
este sentido, dado que el coeficiente de Engel de mi economía hogareña había
sido relativamente alto durante gran parte de mi residencia en Japón, comprar
un coche resultaba en realidad un lujo.
Sin embargo, no sólo era un
problema de dinero o la existencia de trasportes públicos eficientes, lo que me
había desincentivado tramitar una licencia de manejo. Realmente había otro razón
y ésta no tenía que ver directamente con Tokio, más bien conmigo mismo: a mí no
me gustan los coches.
Desde niño no he entendido
por qué son divertidos. Admito que tuve mis cochecitos en la infancia y para no
quedar rezagado con mis cuates, me aprendí más o menos, los nombres de los autos
de moda, así como los tecnicismos básicos del mundo del automovilismo. Empero,
todo eso no generó en mí, ese gusto particular ostentado por muchos. No he comprendido
hasta la fecha por qué muchos vecinos —a quienes he llamado siempre de manera
peyorativa “Señores Motor” y a sus hijos los “motorcitos”— les gustaban tanto
los coches y gastaban sus sábados y domingos desarmando y contemplando sus
bólidos. Algunos sinceramente me parecían horribles.
En este sentido, para
alguien como yo, quien tiene cero interés por los coches y quien había manejado
más por necesidad que por placer en México; el comprar uno o en su defecto,
tramitar una licencia era una tontería. Sin embargo, como lo he señalado con
anterioridad, hubieron algunas razones para hacerlo. Así, comenzaría la
peripecia que narraré en esta cavilación, pero antes de hacerlo. Quisiera
explicar de manera breve ¿Cómo un extranjero puede obtener una licencia en
Japón?
※
Para las personas quienes
hayan tramitado su licencia en el extranjero, el cambio de documentación se
puede hacer por medio de un “proceso burocrático”. Cabe destacar que si el país
emisor de la licencia ha signado la Convención de Ginebra de 1949, el carnet de
conducir es válido en Japón mientras dure su vigencia. Es decir, si uno es
argentino o cubano puede arrendar un coche y manejarlo en territorio japonés. En
algunos casos resulta más ventajoso tramitar una licencia internacional, respaldada
por esta Convención, aunque sólo es válida entre los países miembros.
En el caso de las licencias
mexicanas, éstas no son válidas ya que México no ha firmado este documento. Dicho
de una manera vulgar: los mexicanos estamos jodidos. Hemos signado cientos de
tratados, algunos contraproducentes para muchos de nuestros intereses; pero
nuestras autoridades no han firmado este acuerdo internacional, el cual nos
permitiría manejar en Europa o en Japón cuando estemos de viaje. No sé las
razones. Es más ignoro cómo los mexicanos arriendan coches fuera del territorio
mexicano. Lo que sí sé, es que Estados Unidos nos permite hacerlo con la
licencia mexicana. A lo mejor, ésa es la razón del porqué el gobierno mexicano
no ha firmado la Convención. En
fin. Me he desviado del tema. Regresemos el texto a su argumento inicial.
Si hay países que pueden
usar sus licencia en Japón, ¿qué pasa con los que no lo pueden hacer? Tienen
que hacer el cambio de documentación. Es decir, seguir el “proceso burocrático”.
Éste se puede lograr, siempre y cuando, la licencia sea vigente y su dueño o
dueña haya vivido al menos tres meses en el lugar donde fue emitido dicho
documento. Si se logran demostrar lo anterior, el proceso es el siguiente: 1)
presentar la licencia de manejo; 2) pagar cuatro mil yenes (cincuenta dólares);
3) contestar un examen de conocimiento; y 4) hacer un “simple” examen de
manejo. Hay algunos países que quedan exentos de este tedioso trámite:
Islandia, Irlanda, Gran Bretaña, Italia, Austria, Australia, Holanda, Canadá,
Corea, Grecia, Suiza, Suecia, España, República Checa, Dinamarca, Alemania,
Nueva Zelandia, Noruega, Finlandia, Francia, Bélgica, Portugal, Luxemburgo y
Taiwán. Ningún país latinoamericano está exento.
Entonces, ¿no es complicado
el asunto? No es tan simple. Para muchos el “sencillo” examen resulta un dolor
de cabeza. El volante está al revés. Es decir, está en el lado derecho. Las
direccionales cambian de posición y muchos no logran maniobrar, cuando quieren
dar vuelta a la izquierda, terminan moviendo los limpiavidrios. Aunado a lo
anterior, hay que añadir que el oficial quien determina el nivel de los
conductores es quisquilloso. Los japoneses privilegia cierto tipo de formas de
dar vuelta a la izquierda o a la derecha. Además, salvo el examen de
conocimiento, lo demás está en japonés. De hecho, conozco a alguien quien
repitió este examen diez veces.
Ahora bien, a lo mejor
estimado lector, se estará preguntando ¿por qué no hice este trámite? En mi
caso enfrente dos problemas técnicos. Uno era que no podía comprobar mi
residencia de tres meses en México después de sacar la licencia. La tramité en
uno de mis regresos y en ese momento nada más estuve un mes. Otro fue que las
licencias mexicanas, por lo menos las del DF, tienen una vigencia ilimitada. A
los japoneses les pareció inverosímil. Estoy de acuerdo con ellos que lo es,
pero qué podía hacer. Para no hacer largo el relato no pude hacer el cambio.
Así, la única opción que tenía era hacerlo como cualquier japonés. Este fue el
inicio de mi peripecia.
※
¿Cómo le hacen los japoneses?
Para obtener una licencia hay que pasar un examen teórico escrito y uno técnico
y existen dos formas de hacerlo. Una barata y otra cara.
Comencemos con la primera. Aquí sólo hay que desembolsar tres
mil ochocientos yenes (cincuenta dólares) y se tiene que presentar directamente
los exámenes en la oficina de licencias. En el examen teórico se tiene que
responder un cuestionario de noventaicinco preguntas capciosas mientras que en
el técnico tienen que demostrar que saben manejar. En las librerías venden
manuales para el examen escrito por lo que no es tan complicado pasar la parte
teórica y para los que sepan manejar no es un problema aprobar el técnico,
aunque hay que resaltar que tanto el volante como la circulación de las calles
está al revés.
Entonces, ¿para pasar el
examen técnico lo mejor sería preparase de antemano? Habría que pedirle pues a
un vecino o a un amigo que nos prestara su coche y practicar para el “Día del
Juicio Final”. Empero, lo anterior no es posible. Para hacerlo, hay que tramitar,
antes que todo, una licencia de práctica en la oficina de manejo. Vuelvo a
repetir, para los que sepan manejar no sería un problema, pero qué pasa con los
que no lo saben hacer. ¿Cómo le haría una persona para hacerlo, si en teoría no
puede usar un coche para practicar? Dicho de una manera más simple: la forma
barata es posible sólo si una persona sabe manejar o es un erudito innato del
volante, de lo contrario es muy difícil pasarlo.
Por lo tanto, la gran
mayoría opta por pagar una escuela de manejo. El precio varía según el lugar,
pero oscila más o menos en los trescientos mil yenes (cuatro mil dólares). El
curso está dividido en dos partes. La primera son doce horas de teoría y doce
de manejo. Los alumnos aprenden en un circuito cerrado cómo dar vuelta, cómo
frenar, cómo estacionarse, etc. Al final, hay un examen teórico de cincuenta
preguntas y uno técnico. Si logran pasar, obtienen la licencia para practicar
en las calles. Posteriormente, viene la segunda parte que consta de quince
horas de teoría y quince de manejo. Aquí aprenden algunos conocimientos de
primeros auxilios, las partes mecánicas de los coches y cómo correr en
distintos tipos de camino (carretera, tráfico, caminos con muchos cruces
peatonales, etc.). Al final, tienen que pasar un examen de manejo técnico y si
lo logran, obtienen el diploma. Con este documento en mano, tienen que ir a la
oficina de licencias y presentar nada más ahí, el examen teórico. Si lo pasan,
obtienen la licencia.
※
Suena fácil. Ahora bien ¿cuál camino tomé? Pues el caro, el
tedioso, pero el más seguro. ¿Por qué seguro? Porque garantiza obtener sin
problemas la licencia. Sinceramente, no me sentía capaz de pasar un examen sin
practicar. A lo mejor habrá muchos que lo logran. Sin embargo, ahora que tengo
la licencia, siento que hubiera sido mejor la opción barata…
¿Cómo fue mi peripecia en
la escuela de manejo? Yo no manejo de manera atrabancada. Tampoco, soy un
cafre. De hecho, los que me conocen saben que manejo lento y muchas veces como
una “abuelita”. Sin embargo, en Japón eso equivale a ser un cafre. Entonces,
desde el inicio decidí actuar con humildad. ¿Para qué pelearme con los
instructores por cosas que puedo controlar?
Lo anterior, terminó por
hacer más tedioso el curso de manejo. Las clases teóricas eran aburridas y
somníferas. Nos ponían casos de choques reales, en parte para concientizarnos
de los peligros que conlleva el manejo, pero también como una forma de
adoctrinarnos los buenos modales. “No te pases los altos”; “no toques el claxon”;
“si hay un charco pasa lento y no mojes a la gente”; “Si ves a un peatón
respétalo y cédele el paso”. Para un país que respeta las reglas y basa muchos
de sus códigos en manuales de comportamiento, era algo entendible. Sin embargo,
en la vida real pasa lo contrario. Por ejemplo, nunca había puesto atención,
pero una de las calles de mi casa, el límite de velocidad es de treinta
kilómetros por hora. Resulta que nadie lo respeta. Asimismo, hay un cruce en el
cual tienen que parar completamente y nadie. Repito nadie lo hace. Y qué decir
de los taxis. Son unos cafres.
Ahora bien, algo que me
generó una mayor frustración fueron las clases técnicas. Como dije no quería
problemas y me puse sumiso. Saqué al pequeño japonés que llevo a dentro y fui
humilde. En la primera clase, aguanté diez minutos una charla que trataba sobre
las diferencia entre el acelerador y el freno. Luego el profesor me explicó el
funcionamiento del volante y dónde tenía que ver al manejar. Para ese momento,
el pequeño japonés que llevo adentro, se había ido a algún templo a orar.
Estaba a punto de estallar. Hasta que el profesor dijo una frase. Unas palabras
que fueron finalmente, las palabras mágicas durante todo el curso:
—Ah, ¿usted sabe manejar?
—me dijo
—Sí. Manejo desde los dieciséis años —contesté.
Claro había aprendido en un
país en donde las reglas de tránsito no existen y comúnmente uno ve personas
con collares ortopédicos debido a algún accidente de tránsito. En ese momento, regresó
el pequeño japonés de su oración del templo; mi postura humilde volvió.
—Sé manejar, pero no me
siento aún apto para hacerlo en Japón.
—A ver dé una vuelta a todo
el circuito.
Recorrí toda la escuela sin
problemas.
—Ah, entonces sí sabe
manejar. Lo siento, pero se va a aburrir, tendrá que tomar las once horas
restantes. Por cierto, me dijo que era mexicano. ¿Le gusta el fútbol? …
Nos pusimos a hablar sobre
el Club América. Este señor amaba el fútbol más que yo y había visto un partido
del horrible equipo de Televisa cuando vinieron al Mundial de Clubes. Para ese
momento, el pequeño japonés que habita en mí, se había dormido y el
antiamericanista salió a relucir. Después de varias vueltas al circuito. La
clase terminó.
Las siguientes clases
fueron similares. El pequeño japonés salía a relucir en el inicio, pero después
de las palabras mágicas, “Ah, ¿usted sabe manejar”, la sesión se volvía
bizarra. No todos los profesores resultaron tan simpáticos como el único fan que
tiene el América en Japón. Dos instructores mantuvieron, los objetivos de la
clase. Pero ni ellos escaparon de la situación tan rara en que estábamos. En
las doce horas de sesión dentro de la escuela hablé sobre el boxeo mexicano,
sobre Sergio Pérez, sobre Telmex, sobre el clima en México y sobre el clima en
Hokkaido. Cualquier tontería pasó durante esas horas.
Por suerte, después de haber
terminado la primera etapa, esta situación bizarra cesó un rato. Al salir a la
calle, los profesores resultaron menos parlanchines, pero a los que había
conocido dentro del circuito de la escuela, siguieron haciéndome la plática.
Para colmo, la última clase antes del examen final, fue con el señor
americanista. De nuevo regresó el surrealismo. Me preguntó mi opinión sobre no
sé qué jugador de ese nefasto equipo. Al parecer, después de nuestra charla,
buscó en Wikipedia algunos datos. No sé qué le contesté. Para ese momento,
estaba harto de ellos. Sacrifiqué mis fines de semana para este curso de manejo
y me había vuelto en el embajador de México en ese minúsculo universo. Al
final, pasé el examen técnico sin muchos problemas.
Faltaba ahora el examen
escrito. Otra nueva aventura. La oficina de licencias está dominada por la
burocracia policíaca. Debo admitir que siempre he detestado a las personas con
uniforme. No niego que eran amables, pero imponen. Después de pasar tres cajas
y un examen de la vista, vino el examen. Lo pasé sin problemas, pero lo que me
llamó la atención fue que sólo el sesenta por ciento de las personas quienes
presentaron el examen pasaron. ¿Qué aprendieron esas personas en esos cursos? Espero
que no hayan sido también víctimas de profesores parlanchines. Al final, un
señor nos leyó un código y nos explicó el proceso que vendría. No es que sean
un fanfarrón, pero supongo que este hombre dice ese discurso todos los días, lo
más lógico es que pudiera decirlo sin problemas, pero no. El tipo leía un
manual y para colmo tartamudeaba. Nos dijo que a los dos años, cuando renováramos
la licencia, tendríamos que ir a tomar un curso para pulir nuestro conocimiento
de manejo. ¿Más cursos? Parece que esta situación tediosa nunca termina en
Japón.
※
Por cierto, a los dos días
de obtener la licencia manejé por primera vez en Japón. Tuve que ir a una
ciudad muy al norte. Una urbe en la cual nada más hay ciento cincuenta mil
almas. Ahí, comprobé dos cosas. Nadie maneja como en la escuela. Todos son unos
cafres. Algo que ya sabía. La otra cosa fue que en una carretera en donde la
velocidad máxima era de setenta kilómetros por hora, un conductor se enojó
conmigo por no ir más rápido. Lo ignoré y mantuve la velocidad máxima. Al
final, me estuvo echando lámina y luego me rebasó. Esperaba la mentada de madre
y puse mi mano en el claxon, pero no la hubo. Sólo un gesto de disgusto. Al
verme en esa situación, pensé, aunque no es ético, pero resulta más realista,
las escuelas de manejo deberían enseñarle a los japoneses cómo insultar.
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